Hace tiempo que los desencuentros de la afición de la plaza de toros de Las Ventas con las decisiones del palco presidencial son más frecuentes. Ciertamente, no es fácil poner de acuerdo al público venteño, sobre todo cuando se pone exquisito y pretende ser más protagonista que los que pisan la arena, toro y torero. Pero no es menos verdad que, al menos desde que comenzó la actual temporada, pareciera que torear en Madrid se ha convertido en una ruleta en la que la aguja la marca un palco aparentemente sin norte. Y San Isidro está a la vuelta de la esquina.
Está claro que, cuando se trata de valorar la concesión o no de los trofeos, son pocas las ocasiones en las que la unanimidad se hace presente en la plaza, pero lo que nunca puede quedar en tela de juicio es la unicidad de un criterio para que quede la sensación de justicia entre los presentes. Y es ahí donde parece estar fallando todo, porque parece haberse perdido el rigor justo antes de que comience San Isidro.
Todavía está fresco en el recuerdo el despropósito de la Feria de Otoño, cuando Antonio Ferrera regaló un sobrero y le autorizaron un segundo obsequio, para desdecirse segundos instantes después, entre el desconcierto de todos los presentes. Y no se han despejado las dudas en esta temporada. De hecho, han aumentado desde el mismo día del comienzo de los festejos, cuando el domingo 20 de marzo se le otorgó el doble trofeo al novillero Víctor Hernández.
Si bien, aquel día todo parecía entrar dentro de la polémica (natural) que rodea cada Puerta Grande en esta plaza, con tantas voces en contra (las que más alto se pronunciaron) como a favor (aparentemente las más sensatas) de la decisión de Usía, lo cierto es que ya creó un ambiente de inconformidad y crispación entre los aficionados que, lejos de apaciguarse con el correr de la temporada, ha venido en aumento.
Y es que lo sucedido en la miniferia de la Comunidad no deja tranquilo a nadie. Las dos orejas concedidas a Diego García, con quien parece que sí que hay unanimidad en el posicionamiento en contra de la decisión del palco, tanto por parte de los aficionados como de la prensa, han encendido las alarmas de cara a San Isidro. Un presidente de Madrid debe saber distinguir el grano de la paja para, reglamento en mano, mantener el rumbo de la plaza más importante del mundo con rigor y sin complejos. Por eso no debe tardar en conceder el primero trofeo cuando los pañuelos son mayoría, pero también tiene que tener la personalidad para aguantar el chaparrón cuando ese segundo trofeo, que depende exclusivamente de su criterio, se conceda o no, más allá de que una mayoría presione a favor (por paisanaje, deslumbrados por el populismo, o por la razón que sea) o que unos pocos, aunque ruidosos, vayan a la contra (casi siempre porque no se ajusta a sus gustos personales).
Pero no sólo eso, hubo otro gesto que no pasó desapercibido el lunes 2 de mayo, cuando, en el sexto turno, el palco ordenó la salida de los picadores cuando aún no se le había pegado ni un capotazo al toro para pararlo, con el peligro que eso puede traer para los montados e incidiendo negativamente en el desarrollo de la lidia. Pueden parecer estos pequeños detalles, casi intrascendentes si se tratase de otro coso de mucha menor categoría, pero es Madrid, la plaza que debe servir como faro y guía del toreo, y si a los toros y a los toreros se les exige al máximo, aquellos encargados de dirigir el espectáculo no pueden comportarse por debajo de esas mismas expectativas.
El domingo saldrá el primero de los ejemplares que se lidiarán en San Isidro y, aunque ya hay una bien fundada predisposición en los tendidos con respecto al palco, confiamos en que, ojalá, las polémicas sean las naturales, las surgidas en lo que suceda en la arena y no las que, como en Sevilla, brotan de aquello que no tendría que tener protagonismo: un brindis, una decisión presidencial o, incluso, el estado de la plaza, básicamente porque opacan lo verdaderamente importante: el toreo. Por el bien de todos, confiamos en que Madrid recupere el norte.