TEXTO: DAVID JARAMILLO / FOTO: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
Hace algunos meses nos advertían desde la Comunidad de Madrid que este San Isidro se daría entre la incomodidad de las obras de readecuación de la plaza, que los andamios en la fachada nos darían la bienvenida a cada festejo, aunque estos fueran la garantía de un futuro edificio más cómodo y seguro para todos. Sin embargo, nada de nada.
Del comienzo de las obras poco se sabe, mientras que, en la arena, la feria más larga de la historia comenzó a edificar su historia de una manera tan irrelevante como incomprensible, pues, si bien no es culpa de los actuantes que los animales no hubiesen dotado esa alegre movilidad con con clase, para que aquello pudiera tomar vuelo, tampoco se entiende muy bien que precisamente una novillada haya abierto el ciclo.
Vaya por delante que siempre se agradecerá la inclusión de los festejos de base en el abono, y más en una plaza con el peso se Madrid, pero tampoco se entiende mucho que la feria más importante del mundo, la de mayor repercusión y que marca el devenir de la temporada, descargue en los novilleros la responsabilidad de dar el pistoletazo de salida al «Mundial del Toreo».
Y no sólo se trata de que una feria como esta necesite que cada día sea un acontecimiento, más allá de que hallan muchas fechas en las que no pasa nada relevante, pero al menos, en su inicio, creo que se deberían dar razones para que el aficionado venga motivado a un ciclo que, por su exagerada extensión, termina haciéndose pesado indefectiblemente.
Y, mucho más, cuando resulta que el primer animal de la isidrada fue para un joven con escasa experiencia para soportar tal encargo. Habrá que confiar que los cimientos de la feria se afianzarán durante los siguientes días, pues lamentablemente la sensación en el ambiente al salir de la plaza hoy era la de «¡Pfff… Y faltan otras 33!».