No se entiende que dos toreros como Roca Rey y Pablo Aguado no toreen más juntos. Basta con mirar a los tendidos para encontrar todas las razones del mundo para que su encuentro en los ruedos sea más frecuente. Por una parte, en el revulsivo que necesitan las empresas, porque, aún con el tan protestado precio de las entradas (y después de que hayan desfilado por Vistalegre la mayoría de las figuras), la de esta tarde ha tenido, de lejos, la mejor respuesta de los aficionados. Y, si nos detenemos a mirar los rostros de aquellos que asistieron, no será difícil calcular que el promedio de edad se reduce sustancialmente.
Pero el mejor de los síntomas se palpaba en las reacciones del público, en la emoción que les asaltaba a los partidarios de uno y del otro. Porque es así, aunque sumemos los años de alternativa del peruano y los del sevillano no llegamos ni a la mitad de los que cumple la última figura del toreo reconocible, y ya tienen partidarios. Animosos defensores de los conceptos de cada uno, incluso, con algún atisbo de rivalidad, eso que antes era razón suficiente para llenar las plazas y que ahora se ve como algo «políticamente incorrecto». Qué ñoñez. Tanto, que ha sido más intensa la «disputa» que viví en el tendido, cerca de mi localidad, que el tibio pique en quites de los dos toreros en la arena. ¡Ay, si se dieran cuenta de que en ello se nos va la salud de la fiesta!
Y es que esa es la gasolina que mueve el motor empresarial, nada menos. Luego ya se verá en la arena lo que pueda dar cada cuál, pero el público tendrá un motivo realmente potente para estar ahí: la pasión.
Tengo la fortuna de haberme sentido maravillado con ese monumento a la verónica que levantó Aguado en unos segundos que todavía no acaban… Pero también con la superioridad absoluta con la que Roca Rey somete a sus toros y los obliga a pasar por donde su muleta les ordena. Y creo que el triunfo de uno contribuye al del otro, y viceversa. Porque son diferentes, porque ninguno le resta mérito ni importancia al otro, porque juntos hacen una suma en la que ganamos todos, y ellos, por supuesto.
Porque el toreo se nutre de ambos, y también, como hoy, de la gloria y del drama. Sin uno no habría el otro. Tan distintos. Tan necesarios.
PS/ Vaya desde aquí el deseo de pronta recuperación a Juan José Domínguez, Pablo Aguado, Manuel Perera y todos los toreros que se dejan su sangre en las plazas.