Paco March
Tarde de domingo final de agosto; resaca de vacaciones aún con la pandemia y sus restricciones a la alegría, que algunos se saltan a la torera; el fútbol y sus (bajas) pasiones de nuevo en todas las teles, a todas horas; los talibanes de Afganistán, pero no sólo; los expertos en todo, que esparcen sus egos, sus certezas inciertas…y el toreo, que asoma aquí y allá, en ciudades y pueblos que viven sus no fiestas con la esperanza de que el próximo vuelva a ser, por fin, un verano con la “cara al vent” y la sonrisa en la boca, fuera mascarillas.
En esas estamos, unos en la dura y recalentada piedra de los tendidos, en plazas de las Castillas, Extremadura, Andalucía, Aragón, Madrid, incluso Guipúzcoa, otros en el sofá de casa, abiertas las ventanas o con el aire acondicionado desafiando tarifas de luz que provocan sofoco y la tele puesta “a ver que echan”, frase que remonta a tiempos pretéritos. Y “lo que echaban” ayer domingo 29 agosto eran dos corridas de toros, una en Cabra, la otra en Alcalá de Henares, sin solución de continuidad. La de la plaza andaluza, por Canal Sur, la de la madrileña, por Canal Toros.
En los inicios de la década de los 70, el canadiense Marshall Mc Luhan, experto en comunicación de masas, acuñó un aforismo que hizo fortuna: “El medio es el mensaje”. Muy resumidamente, Mc Luhan venía a decir – adelantándose al impacto que supondría internet y sus derivados”- que los medios nos afectan completamente y que no dejan nada de nuestras vidas sin tocarlas, sin influir en ellas.
Pues bien. Entre tantas emociones continuadas vividas, sentidas, a través de la televisión, de Cabra a Alcalá; de Finito y Luque a Ferrera. Morante, Ortega; de La Quinta y Fuente Ymbro a un Bañuelos…de golpe me acordé de Mc Luhan, de mi primer año en Periodismo (ha llovido)… y pensé – traído por los pelos, sí- en Mc Luhan y su visionario aforismo.
El mensaje que llegaba desde Cabra y Alcalá de Henares era que el toreo está más vivo que nunca, pese a la corte de enterradores que hay a su alrededor, incluso ¡ay! dentro de él.
Porque sólo así se entiende su capacidad para adentrarse en lo más recóndito de la mente y el corazón de quien lo hace y de quien lo contempla, incluso- o gracias- televisión mediante.
Por eso, desde la distancia pero tan cerca, brotaban olés de mi garganta, llamaba a los amigos para compartir esa felicidad extrema que provoca el toreo grande, pedía orejas agitando las manos, me ciscaba en el usía cuando se puso farruco con el indulto (que sí, que vale, que si el caballo…).
Finito de Córdoba, tres décadas de alternativa a sus espaldas, recrecido en su majestuosa torería; Daniel Luque y su inmensa capacidad, amalgama de arte y saber; Antonio Ferrera, un caudal desbordante; Morante de la Puebla, palabras mayores, el toreo en plenitud, la majestuosidad hecha sencillez y viceversa; Juan Ortega, el suave desliz, la caricia, la belleza; La Quinta y sus cárdenos de bravura acompasada; Fuente Ymbro, toros con la personalidad irredenta de su criador…
Sí, ayer, último domingo de agosto, el toreo, la televisión como medio, dejó claro su mensaje de vitalidad deslumbrante.
Quien corresponda, tome nota.