TEXTO: DAVID JARAMILLO / FOTO: PLAZA 1
Cada uno de los toros que saltaron al ruedo de Madrid este miércoles ha sido una pintura. No hay absolutamente nada que reprochar a los ganaderos de Palma del Río. Las hechuras, el remate y la seriedad de la corrida fueron para pintarla y hacer una exposición. Sin embargo, en la plaza se necesita algo más que un perfecto continente, la emoción que brota en el ruedo tiene su fuente en el contenido, en la raza, ese motor que hace que todo cobre sentido en el toreo.
Ya se sabe lo difícil que es que un toro embista con todo lo que se le exige hoy en día, mucho más en un anillo tan amplio como el de Madrid y con dos puyazos como mínimo, pero también hay que jugar a favor del toro. Hoy faltó la raza, es verdad, pero es también es cierto que sobraron kilos. No es normal que un toro de Santa Coloma pese 590 kilos. Lo que sí es natural es que ese toro se quede sin fondo para moverse embistiendo por abajo. Milagros como el de Rehuelga, hace un año en esta misma plaza, se ven muy pocas veces.
Por eso, más allá de que sean los toreros, finalmente los encargados de lucir las virtudes y tapar los defectos de los animales, a quienes se les haya pedido más fibra para «avivar» las adormecidas embestidas de los seis dijes de La Quinta, habrá que buscar entre todos la sensatez para admitir en Madrid una corrida adecuada a cada tipo de encaste, con seriedad (¡que no falte!), pero sin excesos que lastren un espectáculo que vive de lo que pasa en la arena, no de los cuadros y las fotografías que nos maravillan con su belleza colgada en una pared.