OBITUARIO

A Santi Ortiz, por celestiales


martes 4 octubre, 2022

Santi fue torero y físico. Como torero, llegó a tomar la alternativa en su Huelva natal, el 3 de agosto de 1982, con José Antonio Campuzano de padrino. Como físico, ejerció de profesor de instituto.

Santi Ortiz
Santi Ortiz. © Marciano Braña - El Mira

“A mano derecha/según se va al cielo/ veréis un tablao/que montó Frascuelo/ donde cada noche/ p’a las buenas almas/ el Currito El Palmo/sigue dando palmas/ Y canta sus males/por celestiales”.

  (Romance de Curro El Palmo. Joan Manuel Serrat)

En el discurrir de la vida, la suma de ausencias de quienes- por distintos vínculos- la hicieron mejor, es más difícil de soportar cuando se acumulan en corto espacio de tiempo. Tal que ahora.

Y ahora, hoy, llega la mala nueva del adiós de Santi Ortiz, con quien tanto compartí. Porque la amistad es eso, compartir. Y, si se tercia, disentir (con él no ocurrió nunca, por cierto).

Santi Ortiz nació en Huelva (1949) y ha ido a morir en el Hospital de Jerez de la Frontera, apenas a media hora de Sanlúcar de Barrameda, su lugar en el Mundo. Ese Mundo del que tanto hablábamos en estos tiempos de ignominia.

Santi fue torero y físico. Como torero, llegó a tomar la alternativa en su Huelva natal, el 3 de agosto de 1982, con José Antonio Campuzano de padrino. Como físico, ejerció de profesor de instituto. Y, ya retirado de los ruedos y en labores docentes hasta la jubilación,  desde principios de los noventa se volcó en la escritura y el ensayo taurino,  en las revistas 6TOROS6 (su primer artículo, en 199 “Morir en Sevilla”, estaba dedicado a su amigo el banderillero Soto Vargas, muerto en La Maestranza) y Cuadernos de Tauromaquia;  en los libros “El arte de ver toros (1999), “Lances que cambiaron la Fiesta” (20001, “Y de testigo, La Giralda (2006), “José Tomás, el retorno de La Estatua (2008) y “Juan Belmonte, a un siglo de su alternativa” (2013).  En el prólogo que tuve el honor de firmar para este último escribí, aludiendo a su faceta docente, de la que se había jubilado el año anterior : “Allí- en Sanlúcar- con el olor de la sal impregnando el hacer cotidiano, a tiro de piedra de ese Puerto de Santa María que evoca tardes de toros mientras la melena blanca de Rafael Alberti bajo su gorra marinera es una nube mágica que trae arcángeles con el puño cerrado, Santi Ortiz ha enseñado disciplinas del conocimiento”.

Y suyos son los -precisos y preciosos textos- que acompañan la reciente publicación de “José Tomás. La tauromaquia de un mito”, libro de fotografías de la firma Arjona, cuyo título lo define.

Santi Ortiz era- ¡qué difícil se hace escribir en pasado !- belmontista y tomasista, dos mlitancias taurinas que mantuvo hasta el final. La enfermedad que ya hacía estragos, pese a que él siempre quiso desdramatizar levantándose sin mirarse tras cada revolcón,  le impidió estar en Jaén y Alicante este año, pero no que a los pocos minutos de acabar los festejos ya recibiera su llamada para saber de lo sucedido.

En los últimos años, más aún cuando la pandemia y la enfermedad, casi al unísono en el tiempo,  le obligaron a recluirse en su casa de Sanlúcar y apenas hacer vida social, su prosa barroca, erudita, apasionada, seguía en la web “El paseillo en la red”, donde el pasado 18 de septiembre publicó la cuarta entrega de una serie dedicada a Manolete. Su última firma.

La de Santi Ortiz es una obra imprescindible, que explica la tauromaquia desde  lo vivido por él en persona en el último medio siglo y analiza el pasado a partir del conocimiento y la investigación.

Pero es que, además, la de Santi Ortiz es una voz disidente en el magma del pensamiento único que desde el sector ideológico que se identifica con la izquierda ha hecho de la tauromaquia casus belli. Y Santi, hombre de izquierdas, no sólo no quiso doblegarse sino que plantó cara, dejando constancia de ello en muchos de sus escritos. Como los que dedicó a la prohibición taurina en Catalunya.

Desde esta mañana al conocer la mala nueva sé que ya no recibiré ese mail con su último artículo en el blogg y cuya lectura lo más inmediata posible me llevaba a responder también con rapidez, como él hacía con los míos. Tampoco las llamadas esporádicas, por no molestar, para preguntar como iba de lo suyo y la respuesta casi habitual “tirando, pero algo mejor”.

No ha ido mejor Santi, tu lo sabías y ahora que ya no estás solo me queda el abrazo, de camarada a camarada, mientras ahogo mi pena por celestiales.