A la tercera rompió la feria de Cali. Esta vez fallaron los toros, mansos todos en distinta medida, pero nobles, lo suficiente como para resultar manejables, siempre que hubiera un torero por delante que estuviera dispuesto a apostarlo todo. A embestir con la raza que los de Salento no demostraron. Y pasó.
Tuvo que llegar un torero con hambre, Juan de Castilla. Uno con una historia de esfuerzos y triunfos sin recompensas. Uno que quiere y a veces no lo dejan, pero que, donde le abren una rendija, encuentra una invitación al edén.
Por eso no se lo pensó ni un segundo cuando el abanto, suelto y manso cuarto saltó de capote en capote, de caballo en caballo y convirtió en una capea el tercio de banderillas, para echarse de rodillas y tirar la moneda al aire cerca a tablas. Fueron cuatro derechazos que sirvieron para llamar la atención del público y, sobre todo, para imponerse y mostrarle al toro que la raza la iba a poner él. Una vez puesto en pie, eligió los terrenos propicios y volvió a atacar, dejando siempre la muleta en la cara para evitar la huida del manso y gobernar cada muletazo. Hasta tres series, a cada cual mejor. Y a la quinta, el toro entregó su voluntad para embestir con suave nobleza, a lo que Juan respondió con un trato delicado y gusto en el trazo. Inteligente. Además la espada, aunque caída, fue certera. Las dos orejas resultaron generosas, pero no deslegitimaron un triunfo rotundo.
Ahí cambio la tarde, pues Ferrera, que en su primero tiró de oficio y poderío para superar las falencias de un toro sin celo y deslucido, tuvo que sacar todo su repertorio con el quinto, otro manso que se quiso ir de la pelea, pero en el que el extremeño se empleó a fondo, pues se subió al caballo para picar, entregó la vara para bajar y quitar al toro por chicuelinas y volvió a tomar los palos (con invitación a Joselito Adame) y, muleta en mano, tapó todos y cada uno de los defectos del toro. Obligó, sometió, sujetó y alivió cuando fue necesario. Y, además, llenó los tiempos muertos con su arrebatado histrionismo. La plaza enloqueció y el toro se terminó entregando, por eso, tras la suerte suprema, que comenzó andando a veinte metros de la cara del toro, las dos orejas cayeron con más facilidad que rigor. Todo lo lo hizo Antonio.
Y lo de Joselito Adame fue otra cosa. Con el tercero estuvo tan centrado, dispuesto y torero, que la mansedumbre del suelto Salento quedó en un segundo plano. Su lidia fue quirúrgica, acertada, simple. El toro, rajado, de corto recorrido e interés medido, obedeció hasta que dijo basta y se paró. Pero el mexicano tuvo su recompensa con el sexto, un toro que tuvo fijeza, bondad, nobleza, recorrido, repetición, ritmo, clase y duración., pero… No fue bravo. La casta se echó de menos y esa codicia que se supone del bravo nunca apareció. Una pena. Y Joselito disfrutó, jugó los vuelos con ambas manos, toreó despacio, se emborrachó de toreo e hizo vibrar a la plaza, aunque la vibración del brío encendido fuera esa cuenta a pagar. Pero esta tarde los toreros embistieron más. Por eso el tendido, extasiado, pidió un indulto tan injusto como pasional. Y la fácil presidencia accedió.
Pudo Juan de Castilla rematar la tarde y salió a hacerlo con el último, tan carente de raza que por mucho que lo intentó el antontioqueño, sólo obedeció a medias. Aún así, si el torero mete la espada a la primera, su compromiso hubiese sido premiado con una oreja, pues el público agradeció su esfuerzo tras cada serie.
Por cierto, abrió la tarde la triste anécdota de un rejoneador que, además, se retiraba.
FICHA DEL FESTEJO
Martes 26 de diciembre. Plaza de Toros de Cañaveralejo. Tercera de abono. Cerca de cuarto de plaza.
7 toros de Salento. Vuelta al ruedo al 1º, «Mochito», nº 55, cárdeno bragado meano corrido, de 502 kg. Indultado el 6º, «Coquito», nº 83, entrepelado, de 496 kg. Pesos: 502, 482, 482, 466, 471, 496 y 476 kg.
El rejoneador Willy Rodríguez: Silencio.
Antonio Ferrera (blanco y oro): Silencio y dos orejas.
Joselito Adame (negro y oro): Silencio tras aviso y dos orejas simbólicas.
Juan de Castilla (blanco y oro): Dos orejas y palmas.
FOTOGALERÍA: DIEGO ALAIS