DESDE EL SUR

Juan Ortega: ¿Por qué no llega su golpe definitivo?


lunes 16 mayo, 2022

Quizás el mano a mano de Juan Ortega con Alejandro Talavante en Madrid no era la táctica correcta para su primera incursión isidril, pero diestros como él aún guardan ese tesoro del toreo ronco, profundo, tan difícil de ver hoy en día.

Juan Ortega
Juan Ortega, en Las Ventas. © Luis Sánchez Olmedo

El toreo como todo en la vida es cíclico; las modas imperan en los aficionados, y por ende las empresas apuestan por un cierto tipo de toreros que tiene mayor tirón. Salvo esas figuras asentadas que tienen conceptos diversos y asentados por el paso de los años, el resto de los toreros que completan las ferias tienen ese tipo de características demandadas por los públicos, algo que muchas veces no casa con el de los aficionados. Pasar de ser público ocasional a aficionado te lo da el tiempo, una evolución a la hora de ver y entender aquello que ocurre en el ruedo.

De un tiempo a esta parte ese gusto ha cambiado drásticamente, ahora se pide un tipo de corte de torero distinto que al de hace unos años. La pandemia ha tenido mucho que ver también en ese cambio, ese que ya comenzó a verse; aunque a menor medida años atrás. La irrupción de toreros como Emilio de Justo, Juan Ortega y Pablo Aguado, el asentamiento de espadas de la talla de Daniel Luque, Álvaro Lorenzo o Ginés Marín y la entrada en ferias y carteles de fuste de espadas como Urdiales han ayudado a confeccionar una serie de carteles muy demandados por los aficionados. Un tipo de toreros que pese a sus diferencias se caracterizan por hacer el toreo bueno, ese que pese a tener esa demanda de los aficionados no siempre tuvo el respaldo del gran público.

Si a esos nombres les sumamos la vuelta de Talavante, el momento de Morante de la Puebla, la continuidad de Manzanares y la eclosión de Tomás Rufo ya tenemos mucho ganado. Tampoco hay que olvidar a espadas más veteranos como El Juli que dentro de un concepto basado en el poder y sometimiento busca hacerlo cada vez más despacio; ese toreo que le llena plenamente. Por otro lado de los jóvenes con un concepto más vertical y estoico está un Roca Rey que enarbola su propia bandera allí por donde va. Un torero con un sello propio.

Por eso no es justo querer hacerle la cama a un tipo de torero que nunca tendrá la regularidad como seña de identidad; ese es el caso de un Juan Ortega que no ha comenzado este 2022 con buen pie. No hubo suerte en Valencia, no estuvo en Arles, Sevilla pasó sin ese golpe que necesitaba, su primera tarde de Madrid no fue afortunada y en Jerez pese a tener un lote a contra estilo no dio ese paso adelante que eliminara los fantasmas. Sus seguidores dicen que Juan no debe salirse de su concepto, no prostituirse para conseguir triunfar a toda costa, mientras que los detractores le acusan de una falta clara de ambición, de estar perdido en una temporada que le ha sobrepasado.

En el punto medio debe estar la virtud, ni blanco ni negro. Juan es un tipo de torero con un concepto muy personal. A Ortega no le obsesiona la naturalidad en el sentido pleno de la palabra, le llena un toreo más profundo. El sevillano es un espada que torea con todo el cuerpo, siempre encajado y con las zapatillas hundidas en el albero. Un torero que recuerda a esos diestros del otro lado del río, a Belmonte, Curro Puya o Emilio Muñoz. Un espada que siempre coloca las puntas de las zapatillas mirando al toro, enfrentándose a la muerte cara a cara. Aquí no hay juegos de artificio, todo se hace con la máxima verdad. Busca ese toreo en semicírculo, de abandono, de quebranto, y eso no todos los toros lo aguantan. De ahí que a Ortega le valgan muy pocos animales para desplegar su toreo. El toreo de Ortega es como un quejío Gitano, se arrebata si necesidad de enseñarlo, se rompe cuando se abandona, su toreo no admite medias tintas. El duende es caprichoso.

En el punto medio está la virtud: aún le quedan balas a Juan Ortega para predicar su toreo

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Otra imagen de Juan Ortega el pasado viernes en Madrid. © Luis Sánchez Olmedo

Desafortunadamente vivimos en una época donde valen más las orejas que el propio toreo. El triunfar a toda costa para justificar la inclusión en una feria nos está llevando a ver faenas predecibles y en muchos casos artificiales que acaban por aburrir al personal, mucha corrección pero poco sentimiento. Toreros como Juan Ortega aún guardan ese tesoro del toreo ronco, profundo, tan difícil de ver hoy en día, ese que hacen romperse al torero y al aficionado. Es cierto que no vive su mejor momento, pero este tipo de toreros son necesarios para la fiesta, no se le debe dar la espalda, porque si no estaremos yendo en contra de nuestros propios principios como aficionados por el mero echo de no ser pacientes. El toreo es un compendio de muchas cosas, muchas veces ocultas e imperceptibles. Se torea dentro y fuera de la cara del toro, el toreo es cabeza y muñecas, pero también colocación, ritmo y armonía.

Podríamos hablar largo y tendido si a un torero como Ortega le venía bien torear mano a mano con Alejandro Talavante en la reaparición de este en Madrid, si esa táctica era la correcta. Aquí no se debe dejar nada al azar, y sinceramente el planteamiento de esta corrida no era el idóneo para un torero que aún no está macerado, un espada al que hay que llevar a la antigua usanza. Hasta ahora está más en los carteles por lo que se le atisba o se le intuye que por lo que hizo en plazas de primer orden. Todo llegará si se es paciente, Juan ya ha dejado tardes para el recuerdo, unas rematadas con la espada y otras sin ella. Es el momento de ser paciente, en el toreo las prisas no son buenas consejeras, como decía Juncal «las prisas son para los ladrones y los malos toreros» y por suerte Juan no es lo ni lo uno ni lo otro.

Los que estuvimos en Jerez salimos preocupados, vimos al torero con cierta apatía, agarrotado, sin esa frescura necesaria para soltar los chismes, pulsear las embestidas y torear con las yemas. Cierto es que su lote no ayudó, pero el no transmitió la sensación de verlo claro. Se torea como se es, pero sobre todo como se está y Juan ahora está pasando por un momento de dudas. Pronto volverá a saltar esa chispa que haga prender su toreo, pero también es verdad que esto va a una velocidad vertiginosa, la cual no espera a nadie. Por el bien del toreo y del propio Ortega ojalá que no tengamos que echarnos las manos a la cabeza por llegar tarde a la estación.