En tiempos como estos de longevidad taurina, llama la atención que un torero se retire con sólo once temporadas como matador y, más aún, cuando en la primera mitad de ese tiempo- 2015 y 2016- abrió en cuatro ocasiones la Puerta Grande de Las Ventas – una más en 2018- así como triunfó en plazas relevantes (en La Maestranza, la tarde de la alternativa, cortó una oreja en el toro del doctorado, que le hirió y ya no pudo salir en el otro). Por eso, la decisión tomada por Alberto López Simón (32 años de edad), que debutó con caballos en 2010 en La Monumental de Barcelona, merece alguna consideración más allá de la estricta noticia.
La primera de ellas tiene que ver con su valor y sentido agonístico de la lidia, entendido éste como entrega a la causa. Pruebas de ello ha dejado, como su sangre, en los ruedos de la geografía taurina. Donde más, en Madrid, donde se recuerda su épico mano a mano con Diego Urdiales en la Feria de Otoño de 2015. Herido por su primer toro, salió de la enfermería para lidiar los otros dos de su lote, cortar orejas, salir a hombros por la Puerta de la gloria y de la misma guisa regresar al quirófano. La temporada siguiente fue líder del escalafón.
En los toreros, o al menos así se repite y nadie lo niega, el traje de luces «es transparente», es decir, que el estado de ánimo, los misterios interiores y la influencia de lo externo, se manifiestan, para bien o para mal, a la hora de vérselas con el toro. Ocurre que hay toreros que lo disimulan y otros o no saben, o no pueden, o no quieren. López Simón, que a veces transmite melancolía, estaría en alguna de estas tres últimas categorías, que no son excluyente entre sí.
Desde la primera época, alternativa incluida, con Curro Vázquez hasta ahora en el adiós, López Simón ha tenido distintos apoderados. Y fue el propio Curro Vázquez quien como el propio torero recordaba en una entrevista en La Razón, acudió en su rescate. En esa misma entrevista descubre que a partir de ese 2015 triunfal inició un descenso a simas anímicas que incluso le generaban rechazo a su profesión. En 2018 y de nuevo con Curro Vázquez a su lado, tras su paso por Sevilla tocó fondo y quiso desaparecer. Fueron veinte días, una mochila y coche mediante, se fue a los Picos de Europa, sin móvil, sólo consigo mismo. Le esperaba Madrid pero nadie sabía de él, tampoco Curro. Y al regresar, en lugar de la bronca encontró las sabias palabras del maestro: «Me recordó que el torero que había consolidado toda mi vida no iban a borrar veinte días». Y en ese San Isidro, tras una primera tarde sin brillo pero sí de reafirmación interior, en el segundo compromiso llegó la quinta puerta grande venteña. Después, Diego Robles con él, en 2019 , triunfos en algunas ferias como Fallas o El Pilar y la pandemia que puso todo patas arriba.
Llegados a la «normalidad» y con un 2022 de altibajos, en este 2023 que recién empieza y ya con ferias anunciadas, el nombre de López Simón no aparece en ninguna de ellas, tampoco en el aún oficioso pero casi oficial San Isidro. Y López Simón, comunicado mediante, reflexiona (con dolor sobre esa parte de su profesión que pervierte valores) , da las gracias y se va.
No quiere -escribe- defraudarse a sí mismo pero sobre todo no quiere defraudar al toro que, en sus palabras, le ha dado todo. A López Simón, como a todos, se le podrá discutir, ponderar, valorar positiva o negativamente en lo profesional, pero quien esto firma jamás pondrá en tela de juicio la apasionada entrega a su ilusión taurina, esa que ahora dice haber perdido.
Si es sólo temporal o definitiva, días, meses y años vendrán para corroborar lo uno o lo otro. Entre tanto, desde aquí, el reconocimiento y el deseo de la mejor de las suertes, torero.