En el término municipal de Villamanrique (Ciudad Real) se encuentra la ganadería de Castillo de Montizón, el tercer hierro de la familia Flores, una vacada a la que le da nombre este reconocido castillo, emblema de la casa que data del siglo XIII y que es propiedad de la familia desde 1769. Es un lugar enclavado en una finca donde el toro bravo es el Rey y donde la caza y la agricultura también tienen su peso específico.
Por su estructura debió ser de construcción cristiana, ya que durante la época musulmana el paso de la Vía Augusta por el Dañador lo vigilaba el castillo de Ibn Xoray (hoy ruinas en el ‘Estrecho de las Torres’). Sus constructores aprovecharon un corte vertical de origen natural en el cerro en que está emplazado. Al sur del castillo y a escasos metros de su primera muralla, en zona sur de la albacara y en donde se ubicaba la entrada principal de la fortaleza, los arroyos Rambla y Arenoso desembocan en el río de Guadalén.
Un castillo que fue erigido para apoyar la posesión cristiana del de Eznavexore, la fortaleza más antigua del campo de Montiel, de la que hoy únicamente quedan restos, y que pasó de manos cristianas a moras, y viceversa, numerosas veces. Como dato a tener en cuenta, el 23 de febrero de 1983 fue declarado monumento histórico-artístico de carácter nacional gracias a un Real Decreto.
También como curiosidad hay que destacar que ‘La torre del Homenaje’ es por sí sola un verdadero castillo. Levantada sobre roca viva y verticalmente sobre el río Guadalén, su acantilado fue trabajado en puntos estratégicos para darle mayor verticalidad, aprovechando además la roca obtenida como material de construcción en distintos lugares de la fortaleza, el cual conocemos en profundidad gracias al Patronato de Turismo de Castilla la Mancha.
También cuenta con una planta baja y dos alturas más; la última sin techumbre. Su frente más largo es el que da al ‘Patio de Armas’, con 28 metros de longitud. La parte contraria, con dos fachadas y el saliente redondo con ventanas que las separa, es muy difícil y peligrosa de medir, dado que es construcción muy elevada, levantada sobre la roca vertical y el río, pero, en todo caso, tienen una longitud notablemente mayor que el frente que da al Patio de Armas.
Una joya arquitectónica de incalculable valor que lleva en las manos de la familia Flores desde hace más de 250 años. Ahora pastan aquí los animales propiedad de Carlos Flores, hijo del ganadero Samuel Flores, un enamorado del campo bravo que sigue apostando sin fisuras por sus toros de origen Gamero-Cívico, una joya genética que de no ser por esta familia hace años que se habría perdido como tantas otras que regaban —no hace tanto— nuestra piel de toro.