¡Que no, hombre, que no! ¡Que los toreros no tienen por qué ser amigos! En la sociedad buenista en que vivimos, parece que todo tiene que ir según las utopías de Candy, Candy, y darse besos por los patios de cuadrillas. Que está muy bien, pero que el público que acude a la plaza quiere ver rivalidad. Gallardía en la refriega, sí, pero refriega. Es imprescindible que la competencia vuelva a las plazas, y que los toreros ideen argucias y busquen desesperados la forma de ganarle la partida al compañero. Imprescindible, oiga. Y esta polémica entre Daniel y Andrés, sustentada en un hecho completamente ajeno a la plaza, debe servir para darnos cuenta de ello. Toreros, no se hagan amiguitos: pártanse la madre de una vez…
Porque a todos nos da un poco igual lo que suceda fuera del ruedo. Ahí será cada cual el que utilice sus armas para conseguir sus propósitos. Pero en el coso, por favor, se acabaron las tonterías. El toreo necesita que dos lebreles como estos se las tengan tiesas cada tarde de toros, y que el público esté deseando ver dónde se van a decir picardías la próxima vez. El público necesita ver -aunque no sea cierto- un gesto de desprecio, un quite malintencionado, una mirada asesina… Porque, sí: el aficionado necesita hacerse de un bando o de otro. No se lo quiten, por favor, que esa es la sal de este espectáculo.
Así era cuando Joselito y Belmonte -grandes amigos fuera del ruedo, como cuenta la historia- viajaban juntos en los trenes porque casi siempre toreaban juntos, pero salían de él por separado para evitar enfrentamientos entre sus partidarios. Los humanos somos así, primarios en nuestros gustos más profundos. Y tendemos a querer que nos digan quienes son los buenos, para ir con ellos, y los malos, para negarles el pan. Y en la época de los dos monstruos citados, además, no se había creado la Liga de Fútbol Profesional, cuyo secreto es entender mejor que nadie los argumentos que hoy exponemos. No se besen, por Dios: pártanse la madre. Al menos, delante de los que pagan.
Ahora, que Juan Bautista, apoderado de Daniel Luque, ha anunciado una cita entre los dos, el aficionado espera que queden en su Gerena residencial, en un descampado, para decirse de todo menos bonitos. Ambos toreros son mucho más civilizados y lo arreglarán dialogando, pero qué bonito sería verlos a los dos desplegando su potencial en una agarrada mítica. Y esa tiene que ser en Madrid, por mucho que se esté cociendo Sevilla en los despachos de un ex apoderado de Andrés. Y con Gerena cerquita para susurrarle sus secretos a La Maestranza.
Y todo ello, mire usted, puede extrapolarse a los demás. El toreo, ahíto como está de competición, espera que los de luces conviertan el respeto en descaro, el conformismo en ambición y la educación en hambre. Necesita un giro radical en la mentalidad, porque un torero no puede esperar que se le vaya una tarde, quizá la única de su futuro, con dos silencios y cuarto y mitad de indiferencia que lo condenan al banquillo. Así veríamos mucho más quién vale y quién no, porque no, perdóneme: no todo el que se viste de luces está capacitado para hacerlo. Incluso muchos que sí lo estuvieron durante muchos años…