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El sambenito de César Jiménez


jueves 10 abril, 2025

Es difícil, cuando te ponen el sello, defenderlo toda tu vida, pero que es más jodido cuando te ponen un sello con el que no te identificas

César Jiménez
César Jiménez en el patio de cuadrillas de Las Ventas. © Luis Sánchez Olmedo

Un día me contó Uceda Leal que toda la vida de Dios, los aficionados han puesto sello a los toreros. A todos. Y que los suelen bautizar con ese sambenito, cuando los ven debutar en Madrid. Añadió en su reflexión que lo difícil, cuando te ponen el sello que quieres y sientes, es defenderlo toda tu vida, pero que es más jodido todavía cuando te ponen un sello que no es, o con el que no te identificas.

A César Jiménez los aficionados pronto lo catalogaron como un torero fácil y resuelto. Quizá, desde aquella mañana en la carabanchelera Vistalegre, cuando se presentó con picadores junto a Iván García para lidiar una novillada muy a modo de Victoriano del Río. Recuerdo que, ese día, cuando cogía la calle General Ricardos camino del metro de Oporto, no sabía muy bien si había asistido a una novillada picada o había estado en un tentadero.

Esa facilidad delante de dos animales de escasa entidad la tradujo el público en frialdad y, a pesar de que el neófito apuntó cualidades más que notorias, lo tildaron de superficial. De poco valió que su carrera de novillero estuviera jalonada de grandes éxitos, el Zapato de Oro de Arnedo o la Oreja de Plata de Radio Nacional de España entre ellos, ni que se despidiera del escalafón matando en solitario seis novillos de Fuente Ymbro en su presentación en Las Ventas, por supuesto, saliendo en hombros. El fuenlabreño hacía currículum mientras los aficionados dirigían sus preferencias en otras direcciones.

Sus primeras campañas de matador fueron arrolladoras: Un rosario de puertas grandes, dos años liderando el escalafón superior con más de un centenar de actuaciones, todo sustentado en un toreo de fácil consumo que alcanzó notables réditos numéricos. El problema radicaba en la retina. Era todo tan fluido, tan resolutivo, tan fácil para el profano, que el rescoldo de cada obra duraba lo que tardaba el presidente en sacar los pañuelos.

A Jiménez no se le daba importancia porque no había ‘Ay’. Era difícil verle sufrir. Años después se fue a la vera de Joselito y Martín Arranz. Llegaron dos puertas grandes seguidas en Las Ventas y al año siguiente, un triunfo de dos orejas en La Maestranza, además de sus habituales éxitos en Valencia, que siempre fue su plaza fetiche.

Su etapa junto a Joselito y Martín Arranz

César Jiménez
César Jiménez en Las Ventas. © Taurodelta

No desapareció la necesidad de triunfo, pero sí el ansia, y al canalizar su ímpetu de modo más pausado su toreo empezó a fluir más reposado, menos tenso, y sobre todo con la mano zurda, los muletazos se estiraron y crecieron en hondura. Recuerdo especialmente una tarde en Colmenar frente a una corrida de Albarreal. Ese día, a ojos de quienes lo vimos, Jiménez hizo trizas su sambenito.

Sucedió entonces que el fuenlabreño se topó con los enemigos del maestro que hacía las veces de apoderado, y heredó las cuentas pendientes que prensa y empresarios tenían para con él, del mismo modo que, años después, y tras otra salida en hombros en Madrid en 2011, le pasó factura más que a ninguno de sus compañeros su adhesión al G10. Y a pesar de los méritos contraídos en el ruedo, que el público empezaba a reconocer la identidad de su toreo, y de que aquel año celebraba su décimo aniversario de alternativa, dejaron a César fuera de todas las grandes ferias del circuito.

Aquello empezó a minar su ilusión: «Dejé de torear hace ocho años pero de dejé de ser torero unos años antes, cuando noté que ya no era primordial para la profesión», aseveró recientemente. Dio entonces toros en algunas plazas, hizo sus pinitos como ganadero, incluso ejerció de apoderado, pero en ninguna de estas facetas ha destacado tanto como en Castilla La Mancha Media, donde junto a José Miguel Martín de Blas forma la mejor mancuerna de la televisión taurina. Comentarios precisos y oportunos, tanto para el aficionado como para el espectador ocasional, siempre en torno a la lidia, sin perderse en debates estériles o improvisadas tertulias mientras está el toro en el ruedo.

Ahora, de la mano de Alberto García, que se ha sacado su enésimo conejo de la chistera, Jiménez vuelve a enfundarse el traje de luces. Este Domingo de Ramos, en Arenas de San Pedro, cerca de su Candeleda de adopción. Seguro que con más solera en el manejo de los avíos, y hasta regusto en el trazo y dibujo de muletazos y remates. Eso sí, con la misma intuición y capacidad de siempre, esas que le hicieron acreedor a un sello que quizá le perjudicara más que beneficiarle.

Porque, la verdadera virtud de este torero, la que le hizo abrirse paso y pocos le reconocieron, fue la que me descubrió el difunto Antonio Pérez ‘El Pere‘, banderillero de El Cordobés, una mañana otoñal de tentadero en los campos de Tarifa. Le había pegado mil pases Jiménez a una becerra que parecía noble y pajuna, hasta que salió un tapia, que no consiguió pegarle ni uno. “Cómo ha cambiado la vaca, ¿no?” Le comenté, desde mi supina ignorancia al recordado banderillero. “La vaca no ha cambiado. El que ha cambiado es el de delante. No os dais cuenta de la cantidad de defectos que Jiménez tapa a los toros”…