Hay toreros que no hacen ruido, pero dejan huella en el aficionado. Espadas comprometidos con su profesión, que tarde tras tarde dejan su poso en una afición que los tiene en muy buena estima. Este es el caso del toledano Eugenio de Mora, matador de toros que nunca necesitó campañas mediáticas para hacerse un sitio en el toreo. Le bastaron su honestidad, una muleta templada y un gran concepto para dejar huella en la retina de aquel que pasaba por taquilla. Pese a menguar su número de contratos, nunca abandonó el camino que había trazado desde que irrumpió con los del castoreño.
Desde su alternativa en la Ciudad Imperial (Toledo), el 17 de agosto de 1997, de manos de Curro Romero y José Tomás, Eugenio escribió una historia con capítulos más que interesantes. Las Ventas fue su feudo natural, donde su concepto encontró eco; ruedo en el que confirmaría su alternativa el 18 de mayo del año siguiente, con reses de Puerto de San Lorenzo y con dos máximas figuras del toreo en el cartel. Una tarde en la que César Rincón y Enrique Ponce arroparon a un espada que, pocos días después, cortaría las dos orejas de un toro de Garcigrande que le cornearía en la cara interna del muslo derecho al entrar a matar, impidiéndole así salir en volandas.
Un torero que rozó el triunfo en varias ocasiones, siendo una de las más rotundas la del 10 de agosto de 2014, cuando el toledano paseó una oreja del toro que abrió plaza, con la divisa hispalense de Hijos de Salvador Guardiola Fantoni, y dio una vuelta al ruedo en el cuarto, marcado a fuego con el hierro del Excmo. Sr. Conde de la Maza, Un golpe sobre la mesa que le devolvería a las ferias y le pondría en de nuevo en boca del aficionado
Ahora, el tiempo le reclama otra tarea: la de maestro. Desde la dirección de la Escuela Taurina de Toledo, Eugenio de Mora asume una responsabilidad tan silenciosa como esencial. Porque formar a los futuros toreros no es enseñarles a ligar dos muletazos, sino transmitirles qué es el miedo y cómo se vence. ¿Quién mejor que él para esa labor con unos jóvenes que lo ven como un espejo, por todo lo que fue capaz de hacer en los ruedos? En un mundo de prisas e inmediatez, Eugenio representa la pausa y el poso, dos virtudes que siempre transmitió delante de la cara de los animales.
Eugenio no les va a hablar de triunfos vacíos: les va a enseñar a sufrir, a caerse y a levantarse, a saber esperar esa oportunidad que siempre llega, si se sabe —valga la redundancia— esperar. De Mora no ha colgado el traje de luces: de momento, ha cambiado la plaza por el aula, la espada por la palabra. Y su nuevo cometido no es menos valiente. Dirigir una escuela taurina es apostar por el futuro de la Fiesta. En estos tiempos de incertidumbre, es una suerte —y una lección— que lo haga alguien que conoce el toreo no por lo que dicen de él, sino por lo que duele vivirlo.
