La plaza de toros de Pamplona es, sin duda, una de las más singulares del circuito taurino. No solo por su historia o por el vínculo inseparable con los encierros de San Fermín, sino por la intensidad con la que se vive cada tarde en sus tendidos. En especial, el tendido de sol, conocido por su ambiente festivo, irreverente y, a veces, excesivo, imprime un carácter único al coso navarro. Allí, entre cánticos, peñas, vino y charangas, se mezcla la fiesta con el toreo en una combinación que no existe en ninguna otra plaza del mundo. Ese sol pamplonés, que ciega y calienta a partes iguales, puede ser tanto aliado como enemigo del torero, enfrentado no solo al toro, sino también a un público que exige, celebra, cuestiona y no perdona.
El pasado 9 de julio, José Antonio Morante de la Puebla trenzaba el paseíllo con la firme intención de lograr su primera Puerta Grande en once actuaciones en Pamplona. Se anunciaba junto a Roca Rey y Tomás Rufo con toros de Álvaro Núñez. Ese mismo día, se publicaba una entrevista en un medio local en la que el sevillano dejaba clara su promesa: “Si triunfo, me quedo en Pamplona hasta el ‘Pobre de mí’”. Y Morante lo cumplió. El diestro no solo firmó una de las tardes más completas de su temporada, sino que, por primera vez, salió a hombros por la Puerta Grande de la plaza pamplonesa. Una imagen largamente esperada por los aficionados que, por fin, se hizo realidad en la quinta de abono de la Feria del Toro.
Así fue la tarde de Morante antes del incidente en la vuelta al ruedo

Así narramos sus dos obras el pasado miércoles de Morante de la Puebla en Pamplona en la crónica de José Miguel Arruego_
Amplio y musculado, pero bajo y proporcionado, el colorado primero empujó humillado en el peto y tomó bien el capote en banderillas, aunque echó la cara arriba en el último par. Morante, que lo saludó con un variado surtido de lances —verónicas, chicuelinas, largas y hasta una brionesa—, inició faena muy toreramente con ayudados por alto, muy cerrado en tablas. La faena tuvo buena intención y mejor expresión, aunque fue algo deslucida por los derrotes del astado al final del embroque. Lo mejor, la última serie: a pies juntos, con la mano derecha, adornándose al agarrar un pitón entre pase y pase. La estocada, de efecto casi fulminante, resultó clave para la concesión de la oreja.
Precioso el cuarto, de pelo melocotón: largo, recogido, estrecho de sienes y de pitón vuelto. Si bien fue noble, le costó romper hacia adelante. Morante lo esperó, tragó y lo empujó, estirando la embestida sin un solo tirón, sin alardes, revistiendo todo de torería y adobando la faena con adornos muy personales para iniciar y cerrar las tandas, como un molinete con una rodilla en tierra. Cerró por giraldillas y se fue tras la espada para pasear otra oreja.
El fotógrafo Iñaki Porto, encargado de capturar el momento
Sin embargo, el momento soñado tuvo una sombra: durante la vuelta al ruedo tras lidiar al cuarto toro, desde el tendido de sol alguien arrojó un objeto al torero. Morante, visiblemente molesto, respondió con una peineta, un gesto que fue captado por el fotógrafo Iñaki Porto y que rápidamente se viralizó en redes sociales. El incidente ha reabierto el debate sobre los comportamientos en determinados sectores del coso navarro, especialmente en los tendidos de sol.
Este gesto de Morante parece ser que obedece al lanzamiento inapropiado de un objeto durante la vuelta al ruedo por parte de una de las peñas de sol. Nada de proclamas políticas como por ahí se dice. pic.twitter.com/vSYEjZvnUi
— Pureza (@purezatoros) July 12, 2025
Más allá del incidente, la tarde queda como una de las más señaladas en la trayectoria reciente del torero de La Puebla del Río. A su histórico triunfo en Las Ventas el pasado 8 de junio, durante la Corrida de la Beneficencia, se suman las dos orejas cortadas en Sevilla a un toro de Garcigrande, amén del rabo paseado en Jerez de la Frontera y Salamanca. Pamplona era una espina que ya se ha arrancado, y lo ha hecho con rotundidad, en una tarde que pasará a la memoria de la afición navarra, pese a los condicionantes del festejo.
Ya lo hemos dicho en más de una ocasión: Morante es único. Un espada que continuamente rescata suertes antiguas. El cigarrero cuida su estética con obsesión y mantiene viva la liturgia del toreo clásico. En Pamplona, su paso no solo deja una faena inolvidable, sino también un gesto de compromiso con la ciudad y sus tradiciones: quedarse hasta el final de los Sanfermines, fundido con la fiesta hasta el último cántico del 14 de julio. Así es Morante, capaz de lo sublime… incluso en medio de la provocación.
