EDITORIAL

Si Chenel viese su Copa…


miércoles 16 marzo, 2022

La iniciativa de la Copa Chenel, una grandísima idea, va camino del fracaso por dejarla en manos de los taurinos... como siempre

Antoñete (1)
Antoñete.

A la hora de escribir estas líneas se está desarrollando en Las Ventas el sorteo de la Copa Chenel. Sorteo puro, sin inventos, sin adulterar. Con todos -los toreros- y todas -las ganaderías- metidos en un bombo tan inclusivo que no discrimina a nadie que quiera jugarse la vida. Ahí, en esas bolas que contienen el futuro de 22 tipos, está el espíritu de Antonio. De Chenel. De ese Antoñete que a estas horas se acercaría a ver el sorteo de su vivienda a la sala donde se celebra. Porque estaría de acuerdo con el espíritu del certamen, con la intención de su nacimiento, con la inclusión de la competición como elemento fundamental para resultar atractiva a una juventud que sólo encuentran en ella valores parecidos a los añejos del toreo. Lo aprobaría el maestro Chenel: sin duda.

Al maestro le parecería bien una idea pensada y creada para los modestos, para los que quieren abrirse camino, para los que aún pelean en un mundo que ya no recordamos dónde se quebró. Pero no olvidaremos por qué. Cuando se hizo presente la política en la Fiesta trajo consigo la avaricia, y ésta echó a la grandeza que siempre tuvo el toreo. Decía el maestro Santiago Martín ‘El Viti’ que en su época los toreros «queríamos triunfar para ser; ahora parece que quieren ser para triunfar…». Otra de las sentencias contundentes de una mente preclara de la tauromaquia. Que lo vio venir tan bien que se apartó del camino de la apisonadora antes de que acabase también con su recuerdo.

Es ese, no otro, el problema que hace que una idea soberbia se convierta en soberbia polémica. Y eso no es problema de la idea, sino de quien tiene que llevarla a cabo. Si hay que construir un puente para continuar el camino, evitando el río que lo cruza, y el puente se construye mal, la idea del puente seguirá siendo tan buena como era; serán las manos que la llevan a cabo las que manifiesten su incapacidad para lograr el objetivo que se persigue. ¿Las razones? Muchas veces -esta es una- dan igual. No importarán, si fracasa la idea; sólo importará que ya no existe la oportunidad que ésta brinda. Y esa es culpa de quienes tienen la responsabilidad de llevarla a cabo.

Y es que todo en la segunda edición de la Copa Chenel tiene los mismos tintes que la Gira de Reconstrucción: una gran idea que los taurinos se encargan, con sus filias y sus fobias, con su política y sus intereses, en hundir en la puñetera mierda. Y es siempre igual, no se crean que cambia nada. Los mismos que nos llevaron a esta situación tienen su continuidad hoy en los que los sufrían y ahora, que le han dado la vuelta a la tortilla, quieren ser martillos porque están hasta la montera de ser yunque. Y esta rueda, herida ya en su mismo origen, se convierte en una guerra que nos aboca a la desaparición. Y que no se puede ganar.

Estas cosas las sabía Chenel, porque era un tío listo y sabía escuchar, además, a los que sabían más que él. Por eso no queremos ni imaginarnos lo que diría al ver en los que han convertido la Copa que lleva su nombre los tentáculos del poder. Si Chenel viese su Copa se preguntaría cómo es posible que un torero -quitémosle la cara, porque da igual quién haya sido este año- repita en un certamen en el que las bases especifican de forma muy clara que no se puede repetir. Se lo preguntaría, no lo duden. Pero montaría en cólera al ver el motivo con el que la Fundación del Toro de Lidia -bajo cuyo paraguas se guarecen todas y cada una de las actuaciones que se ejecutan y se perpetran- justifica la presencia este año de un torero que ya participó el año anterior.

«Fue el mejor segundo…» comienza diciendo la nota. Y te dan ganas de no seguir leyendo cuando piensas en que Paulita y Robleño, que estuvieron en la final, han tenido este año menos opciones que el torero en cuestión. Acartelado en San Isidro, por cierto, y mejor colocado que Robleño, porque Paulita ni siquiera está en las combinaciones. Y entonces Antoñete se preguntaría si merece la pena para un chaval que empieza lo de ser torero -o intentarlo- con esta merienda de negros.

Y no es por el torero que repite, que bastante tiene, el hombre, con intentar torear donde pueda. Es por el hecho de adulterar una competición que debería ser canonizada y hacerlo manchando el nombre de una entidad que debería ser sacrosanta, si queremos tener una oportunidad de seguir vivos. Porque no sólo es culpable de errar el que yerra; también lo es de permitirlo la institución que lo guarece.