FOTO: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
Cuando Álvaro de la Calle caminaba ceremonioso atravesando el ruedo, camino del altar de los sustos para postrarse en espera del sexto, hacía rato que había dejado de ser el sobresaliente del festejo. Llevaba ya entonces cuatro toros despachados, y todo había ocurrido de menos a más. Primero, el trámite para soltar los nervios; después el aburrimiento gris que sirvió para quitarse ese cosquilleo en las muñecas de quien sabe lo que tiene entre las manos; luego el jarro de realidad para hacerse cargo de cuanto acontecía y estirarse para torear -que era lo que el público había pagado por ver-; más tarde, el torrente de embestidas bravas y desbordantes para cualquiera que no estuviese preparado; y, finalmente, el mulo contrahecho y altiricón que desarrolló más zorrería de la que se vio porque le tapó el charro muchas faltas. Hasta eso se había permitido Álvaro cuando se iba a chiqueros con el último de su carambola. Y todo ello -él lo sabe- lo convertía en un héroe. Pero ese paseo que rompió en dos el ruedo de Madrid para arrodillarse en el dintel de los miedos… Eso es de extraterrestre.
Porque a Álvaro, con 23 años de alternativa en las espaldas y una carrera modesta en la que ha toreado lo que otros en dos campañas, lo llaman mucho para ser sobresaliente. Es verdad que ejerce de tal en mil y un festejos. Pero él no es un suplente. No se siente así. Por eso lo demostró en el ruedo más importante del mundo ante 20.000 personas que no habían ido a verlo a él y se fueron guardándole por siempre un respeto descomunal. Y entonces el toreo volvió a ser grandeza, en la modestia de un tío con los pies en el suelo que se iba caminando al hotel de la mano de su hija: ese era su gran triunfo.
Pero ahora la pelota está en el tejado del sistema, y la responsabilidad de los que gobiernan el tinglado y sólo se acuerdan de él para abaratar los costes en los mano a mano tienen la deuda moral con este hombre de premiar su dignidad, su torería, su amor propio, su profesionalidad, su valor y hasta su paciencia para no mandar al carajo este tinglado -que apesta en los despachos- por lo aromáticos y enormes que son los acontecimientos cuando suceden como el de ayer. Ese es Álvaro. El mismo tipo que me atendía de novillero cuando iba con mi cassette a entrevistarlo en mi primera feria de Salamanca. El mismo. Por eso Vicente su padre-, desde allí donde esté, estará orgulloso de él, de su mozo de espadas -su hermano Juanvi- y de cómo se convirtieron en la salvación de una tarde reservada para la gloria. Y tal vez la logró: de motra manera, es verdad, pero gloria… haberla, la hubo.
Vicente, su padre, ya hubiera llamado a Rafa y a Simón
Pero Vicente, con su retranca castellana, con su sorna charra y asolerada, ya habría llamado a Simón y a Rafa para decirles: «¿Y no hay una tarde para ponerlo de titular, cuando os ha salvado el festejo?». Parece que lo estoy viendo. Y tendría toda la razón. Porque si al que hoy está en la Escuela de Tauromaquia de Salamanca y ve entrenar a Álvaro cada día, y entregarle a esta profesión lo más preciado que tiene le dices que su gesta no te sirve ni para que te repitan en Madrid volverá su mirada al fútbol, a las gachises o a los cubalibres, pero no a los valores que encierra jugarte la vida en esta profesión.
Álvaro merece estar en Madrid de titular. Aunque sea con la del Tío Picardías y por los mínimos que estipula el convenio. Aunque sólo lo veamos los 6.000 de plantilla que hacemos el verano de Madrid y ni siquiera se lleve la propina de los derechos de imagen. Álvaro merece mucho más que todo eso, pero es tan humilde y está tan enamorado de su profesión que eso lo daría por bueno. Porque en lo que hizo el domingo en la plaza más importante del mundo lo hubiera hecho también debajo de una encina. ¿No es eso lo que significa ser torero…?
Las Ventas le debe una tarde a Álvaro de la Calle. Y debería ser mejor que las que ha tenido hasta ahora. Porque al que le llega el marrón y lo solventa como si se hubiera preparado a conciencia para ello hay que darle la oportunidad de prepararse y que el marrón se convierta en caramelo. Álvaro debe volver sin salir desde el banquillo: esta plaza se lo debe. Y no debe ser mala sensación esa de que te deba algo la plaza de Las Ventas.