Salió el quinto de Victorino, allá por las 20,15 de la tarde, Pobrecito de nombre, guapo galán cárdeno, y cambió la tarde.Pobrecito, hijo de aquel Cobradiezmos que en este mismo albero llevó a la gloria a Manuel Escribano se ganó el derecho a volver a los predios de Las Tiesas, vivir a cuerpo de rey y retozar con vacas bravas. De uno de esos retozos salió Pobrecito y cinco años después…
Ferrera lo recibió con una docena de verónicas arrebatadas, en varas hizo buena pelea y embistió con franqueza en banderillas. Se empeñó Antonio en que el futbolista Joaquín pisara el albero para recibir el brindis, anécdota que se queda en eso, pues lo importante vendría después. Una faena en la que las embestidas del hijo de Cobradiezmos parecían serlo en el nombre del padre, nobles, humilladas, despaciosas, entregadas. Y entregado Ferrera, también el público.Faena a más, intensa, emotiva – esa emotividad que le pone Ferrera cuando se desmadeja-.
Al ralentí el toro, el morro por el albero, fijeza extraordinaria. Una fijeza que sostuvo hasta la suerte final, con Ferrera entrando a matar andando desde muy lejos, muleta al hombro hasta el instante del embroque y estoque por delante. Se atascó a la primera y en lo alto cayó a la segunda, Toro rodado, pañuelos al aire y uno solo en el palco. Pudieron ser dos blancos, quizás uno azul.
Pobrecito, bravo y noble, hizo honor a su linaje y Ferrera lo toreó como merecía. La Maestranza gozó con ambos.