El material del que se forja el toreo es el toro. Un material que tiene vida y ante el que el torero ofrece la suya para crear arte. Nada hay comparable.
A la hora del paseíllo en La Maestranza las nubes negras que llegaban de Huelva tomaron al asalto el cielo azul de Sevilla y ¡agua va! El jarreo, con mayor o menor intensidad duró toda la corrida y el trasiego en los tendidos también, mientras el albero trocaba en pantanoso barrizal. Los toreros asumieron con entereza el envite y la corrida tiró pa lante. Valió la pena.
Sobre el barro, con el toro, la terna demostró vergüenza torera, decisión, firmeza – sí, firmeza sobre el resbaladizo piso- y, lo más importante, logró esculpir lances, muletazos, de tanto mérito como profundidad y belleza. La crónica adjunta lo explica, detalla y valora. Quede aquí constancia de que El Juli– en una dimensión artística sublime-, Roca Rey– que está de regreso- y Tomás Rufo– la templanza infinita-, dieron una tarde de toros – serios y con interesantes matices los de Victoriano del Río- de esas que reconfortan y reafirman una afición.
Salió el arco iris sobre Sevilla durante la lidia del quinto, el sol del toreo ya había brillado en La Maestranza…y, en el sexto, Tomás Rufo, media docena de corridas de toros como bagaje, después de torear como los ángeles con el capote, hilvanó series por los dos pitones con muletazos que resultaron prodigio y se tiró a matar con toda la verdad de su toreo. La voltereta fue espeluznante, se levantó hecho un ecce homo de sangre y barro y volvió a hacer la suerte con total pureza.
Las dos orejas le abrían con toda justicia una Puerta del Príncipe que augura torero de los grandes. Se marcharon a pie El Juli y Roca Rey , en volandas a la gloria Tomás Rufo. Los tres – también el material, los toros de Victoriano del Río- habían dado una tarde que engrandece el toreo, esculpido sobre el albero hecho barro.