Hace algunas semanas hablábamos de la importancia de la televisión en el devenir posterior de la fiesta de los toros. La irrupción de las televisiones privadas al socaire de los montantes que se movían en el sector provocó un hartazgo y un descreimiento muy preocupante de un rito que hasta entonces había tenido mucha verdad. Mucha más de la que entonces ofrecía una televisión que retransmitía una corrida sin decir que era en diferido en la que toreaba un torero que estaba en directo en ese momento en otro canal. La aparición de Telecinco en escena -eran los años más productivos de un Jesulín que le hizo ganar dinero a todo el mundo- dinamitó hasta tal punto el espectáculo que hizo tomar cartas sobre el asunto a las principales figuras. Y entonces Enrique Martín Arranz manejaba las carreras de los tres más importantes: José Miguel Arroyo ‘Joselito’, José Tomás y Pablo Hermoso de Mendoza. Algo de fuerza tendría…
Hoy, dedicado a su ganadería y a la transmisión de conocimientos a través de sus Tauromaquias Integradas, Enrique no cambia sus postulados de entonces, lo que no significa que diga no a la televisión. «Recuerdo todas y cada una de las reuniones que mantuvimos entonces y los postulados que defendíamos», asegura el entonces apoderado. «Y si lo extrapolamos a hoy, podemos preguntarnos si acudiría la misma gente al mano a mano entre Téllez y Luque en Segovia -que resulta tremendamente atractivo- si no los hubieran visto ya un montón de veces. Se pierde el elemento sorpresa, que siempre fu muy importante para que tomase fuerza un torero emergente», explica. Pero eso no quiere decir que esté contra las retransmisiones. «Lo que estoy es contra la retransmisión desordenada e indiscriminada», igual que estaba entonces.
Pero centrémonos en el momento crucial. José Tomás estaba en el momento álgido de su primera etapa; Pablo Hermoso de Mendoza prácticamente carecía de competencia como primera figura del rejoneo; Joselito acababa de volver a los ruedos después de dos temporadas retirado. Y a la idea de no televisar se unían entonces Enrique Ponce y César Rincón. Más tarde se agregaría también El Juli a un pacto «que terminó por romperse en la cafetería Riofrío», recuerda Enrique. Pero no nos adelantemos. Porque lo cierto es que no era una negativa tajante a la televisión.
«Una tarde, en mi casa, nos ofrecieron siete millones por tarde televisada, más emolumentos, a Juan Ruiz Palomares y a mí», recuerda Martín Arranz, «y entonces cobrábamos otros siete millones de caché, que era un dineral. Pero querían que toreásemos un mínimo de ocho o diez y nosotros dijimos que sí sólo a tres, porque vimos cuánto daño había hecho el sacrificio de la gallina de los huevos de oro en los años 90. La sorpresa fue que hubo colegas que fueron por su cuenta y decidieron aprovechar el momento. Y entonces se dejó televisar Rincón, y Manzanares en alguna de Andalucía… En fin, que el pacto se fue a la mierda», bromea con cierta melancolía de aquella época del toreo.
De hecho, surgieron entonces algunas reflexiones entre su gente, que supo siempre de la importancia de la decisión que habían tomado. «Me acuerdo que José -por Joselito- nos dijo a José Tomás y a mí: con el dinero que hemos dejado de ganar con la tele nos habíamos comprado una finca cada uno», afirma entre risas, «y no le faltaba razón». Sin embargo, aquella decisión, en el caso de José Tomás, lo llevó a cobrar unos dineros y alcanzar unas cotas de popularidad que ya ningún torero es capaz de abrazar.
Pero esa es otra historia que tal vez contaremos a su debido momento…