A medio camino entre los 20 y los 30, que dicen que es ese momento en el que se comienza a ser consciente de lo que es la madurez. Golpeado y hasta maltratado por la pandemia, que lo tuvo en el banquillo casi dos años cuando era el mandón de los novilleros y estaba para doctorarse con fuerza. Pero no cejó en su empeño; sereno, consciente y capaz, este torero de Arganda, colmenareño de adopción, lleva el nombre de su padre, matador de toros, junto al suyo, haciendo patria de ese Francisco de Manuel. Mañana, sábado, torea en Colmenar Viejo en un final de temporada que se antoja crucial para sus aspiraciones.
Así respira un torero que tiene todo que decir en esto.
FOTOS: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO