Anduvo Morante temprano por el ruedo de Las Ventas, con el que tiene su particular historia de desencuentros. Hace algunos años fue el desnivel para desaguar; hoy era que el piso estaba muy duro. El mismo piso en el que Rufo y Alarcón descerrajaron la Puerta Grande; el mismo en el que El Juli -por dos veces- dejó dos obras históricas en Madrid; el mismo en el que Roca Rey se había vengado de un manso el día anterior y sólo la espada evitó su triunfo. El piso es el mismo para todos, aunque Morante lo vea duro. Tal vez porque la dureza es otra cosa para el que pasa por taquilla.
Duro es, Morante, dejarse 80 pavos en un tendido -quizá sin tenerlos- por cumplir con la religión que te hemos creado los que te hemos visto entrar en la leyenda tantas otras tardes. Duro es manifestar tu ilusión por acudir a ver a una terna ilusionante, en la que la distinción lo preside todo, y encontrarse -otra vez- con seis semovientes acudiendo a los trapazos que no llegan a ser ni siquiera un natural. Duro es saber de antemano que no va a embestir una corrida que tiene un problema de camada podrida -y ojalá sólo sea esta camada- pero te la tienes que tragar si quieres entrar en la ruleta de la fortuna. Porque lo duro de toda esta situación, Morante, es que sólo es duro para el que pone el culo en la piedra. Para vosotros, no.
Para vosotros la corrida de Juan Pedro es una bendición caída del cielo, y por eso le vas a matar la camada entera. En el más de centenar de corrida que tienes contratadas necesitas alivios varios en determinados puntos de la campaña, y para eso te viene sensacional una corrida como esta, que está podrida, que está vacía, que no camina… Pero tampoco plantea más complicaciones. Y tú te sigues llevando el zurrón, claro. Que esto es Madrid y tú eres Morante. Y si se equivoca alguno, pues te recreas en torear y al menos sigues alimentando tu mito. Todo son ventajas. Y por eso la matas.
También lo son para un empresario que tiene el No hay billetes en la persiana de la taquilla -quinto de esta feria, oiga- y a dos toreros más baratos afanándose en largarle lances y muletazos a los dos menos mortecinos que salieron al arenal. Son ellos -tal vez- los que peor parados salgan de una corrida en la que están porque es Madrid, está Morante y hay buen dinero y repercusión. Y la categoría de estar colocados con una leyenda. De hecho fueron cuatro naturales sueltos de Juan Ortega al quinto y algunas verónicas encajadas de Pablo Aguado al sexto lo más potable de una corrida en la que -como en un estercolero- es mejor no rebuscar.
Y es rentable, sobre todo, para el ganadero, que quitó lo de Parladé porque es un tipo listo y vio que su gusto por la mecha no ahondaba en el gusto de los más caros. Pero esta colección de semovientes sin demasiadas aristas y con el hierro de Veragua la compran todos. Y el año en que peor está la camada y en que menos presentables son los toros de saca, tengo vendidas todas las corridas para plazas de primera y a buen dinero. Y eso, claro, no es duro para él, sino para el que paga una entrada creyendo en las típicas declaraciones de la ilusión. Pero la ilusión del aficionado no coincide con la suya, porque pasa, como le dijeron hoy en una pancarta, por recuperar el toro de Madrid. Antes de que olvidemos cómo era…
Para hablar de lo artístico en la corrida de los artistas basta con leer la reseña.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas. Decimonovena de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. Lleno de ‘No Hay Localidades’.
Toros de Juan Pedro Domecq, vareados de carnes, de tipos y de hechuras. Protestado por su presencia y sin entrega en su embestida el primero; sin fuerza y muy a menos el segundo; con prontitud por el derecho pero reponedor por el izquierdo el desclasado tercero; falto de fuerza también el deslucido cuarto; apagado y a menos otro imposible quinto; también muy deslucido, apagado y parado el sexto.
Morante de la Puebla (obispo y azabache): Silencio y pitos
Juan Ortega (verde botella y plata): Silencio y ovación con saludos
Pablo Aguado (corinto y oro): Silencio y silencio tras aviso
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO