Si había un calificativo que uno jamás imagino que le pondría a la tarde de Pedraza de Yeltes en San Isidro, ese es «aburrida». Pero lo fue. Y eso que hubo toros buenos, muletazos buenos, buena actitud por momentos y hasta buena disposición por parte de todo el mundo. Por no hacer, ni calor hacía en el tendido 3 al nivel de las tardes anteriores. Fue la corrida del medio enfoque, porque lo que abarcaba de bueno por un ala se difuminaba por la otra entre planos borrosos del aburrido mirar. Menos mal que transcurrió con brevedad, porque la deriva que se le iba viendo a la tarde del medio enfoque terminaba con todos desesperados con el culo en la piedra porque no fue eso lo que vinieron a ver.
El que se gastó la tela en la corrida de Pedraza esperaba toros imponentes, y los hubo, pero no todos. Fueron grandones, zambombo alguno, una pintura el quinto, poco pesones y sueltos de carnes. Pero imponer, lo que se dice imponer… impusieron su seña de identidad en el penco, donde todos llegaron abajo para campanear arriba a un jaco con las cuatro patas en alto. Pero no fueron bravos, que era lo que esperaba Madrid. También lo esperaban los ganaderos, con lo buenos aficionados que son y lo que exigen en la selección, pero hoy sustituyeron la chispa por la nobleza, y sólo algunos sacaron la transmisión.
Como el tercero, el mejor de una corrida que hubiese tenido más interés de contar con algo más de vida. Pero este sí la tuvo, y le exigió a Colombo un concepto del toreo que el venezolano no maneja tan bien como la espectacularidad. Tiene Jesús cualidades para convertirse en el nuevo Fandi -porque el antiguo no va a ser eterno- pero también tiene la maldición de los seguidores: que heredan los defectos del modelo. Y el de David es no haber entrado nunca por el ojito de los conspicuos. Igual Colombo tiene más suerte un día. Pero ese no fue hoy.
Hoy reconoció Madrid la forma de hacer las cosas de un torero tan maduro, tan capaz y tan sereno que da gusto verlo torear hasta cuando anda afanándose en lidias en lugar de templar sutilezas. Dos toros tuvo Domingo con aristas impropias de Pedraza: la falta de emoción del docilón primero y la carencia de vida del anodino cuarto. Los dos noblones. Los dos poco dados a poner en aprietos a un lidiador como él. Y los dos más aburridos que un mundial de yoga. Y así, no.
Tampoco a Javier Cortés le valieron los suyos porque les faltó raza a uno y fondo al otro, y ambas faenas terminaron diluyéndose entre el medio enfoque de un espectador que ya estaba a punto de cerrar el ojo. A su favor hay que decir que firmó los pasajes más interesantes de la tarde cuando al segundo le reventó el escaso fuelle que tenía con una serie al natural enganchada con milimétrica precisión de relojero suizo. Un trincherazo a uno por hora por aquí, un desdén por allí, un remate, un andar por la cara. Todo bello, pero todo accesorio cuando no hay enemigo enfrente. Por eso saldó su tarde con una ovación.
Y un medio enfoque de media verdad o media mentira para terminar quedándonos a medias. Así se escribió una tarde que no pasará a la historia ni mañana le importará a nadie, pero que sirvió para hacer undécima en un abono rentable.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, un décima de abono. Corrida de toros. 12.008 espectadores.
Toros de Pedraza de Yeltes, de tipo variado y distinta presencia. Insulso y sin emoción el docilón y obediente primero; de gran fondo de nobleza y justa raza el repetidor segundo; emotivo y con transmisión el tercero; anodino y sin chispa el dócil cuarto; pronto, voluntarioso y con cierta calidad el desfondado quinto; tedioso el sexto.
López Chaves (azul tinta y oro): ovación y silencio.
Javier Cortés -que sustituía a Diego Carretero- (negro y oro): ovación y silencio.
Jesús Enrique Colombo (marino y oro): silencio y silencio tras aviso.
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
