Morante de la Puebla es un torero singular, una figura que escapa a los moldes de su tiempo. El diestro hispalense ha rescatado suertes antiguas casi olvidadas, como el galleo del bú o el peculiar recorte de rodillas con el capote pegado al hombro que ya hacía en su tiempo Fernando ‘El Gallo’. Durante un periodo, incluso utilizó banderillas rojas, aportando un detalle personal a un tercio que rara vez admite innovaciones. También ha cuidado su imagen con un estilo muy particular: ha alternado el uso de coleta natural con castañetas hechas a medida y ha lucido monteras grandes, de corte antiguo.
Su vestimenta es un homenaje viviente a la tauromaquia de finales del siglo XIX y principios del XX. Morante ha vestido trajes de luces con bordados muy particulares, cargados en oro, y camisas con chorreras. Todo en él parece responder a una sensibilidad estética diferente. No torea solo con el cuerpo, sino con la memoria. Su figura es la de un artista que ha hecho del ruedo un escenario para la belleza. Un diestro fuera de lo común, fiel a sí mismo y a una visión romántica del arte taurino. Esa visión también lo ha llevado a utilizar un sombrero al estilo gallista, de ala ancha y copa alta, en algunos festivales donde se anunciaba.

Respecto al capote, desde hace un tiempo José Antonio ha optado por cambiar el habitual amarillo por un verde manzana alejado de aquella tonalidad que utilizaban otros compañeros o subalternos. Al principio desconcertó. No tanto por su color y textura, como por lo inesperado de verlo en alguien tan celoso de los códigos clásicos. Pero, con el paso de los festejos, ese verde fue dejando de ser una extravagancia para convertirse en un sello propio de un torero al que no le importa ir contracorriente.
Un tono que fue variando hasta el que actualmente utiliza. La tonalidad no es exactamente la misma, y eso no ha pasado desapercibido para los ojos de los aficionados. Se trata de una variación que apunta a una intención. El verde se ha suavizado, ha perdido cuerpo, y en algunas imágenes parece incluso diluirse en la luz de la plaza. Aquel verde intenso ha dado paso a uno más contenido, más cercano al verde manzana, menos desafiante a la vista, ese que volvió a utilizar en su doble comparecencia en Madrid en la tradicional Corrida de la Prensa y Beneficencia.

Es difícil saber si se trata de una decisión pensada del propio espada hispalense o de una simple cuestión de tejidos que ha dado esa tonalidad tan particular, pero cuando se trata de Morante de la Puebla no conviene dar nada por sentado. Sus elecciones, por mínimas que parezcan, suelen esconder una razón. Cambiar la tela, modificar el apresto, jugar con la luz… todo cuenta. Y, en este caso, lo que parece evidente es una voluntad de afinar el gesto.
Lo que sí está claro es que ese verde, ya sea vivo o casi blanco, ha pasado a formar parte del universo visual de Morante. Hoy en día, el capote de brega responde a un diseño que, en el haz —la cara exterior—, suele presentarse en tonos rosa o fucsia. Mientras que el envés —la parte interior— adopta un color amarillo. Sin embargo, no todos los toreros se ajustan a esta norma visual. Algunos han optado por alterar esa paleta de colores, recurriendo a tonalidades más oscuras, apagadas o poco convencionales.

En muchos casos, el cambio responde a una voluntad de desafiar las supersticiones. En otros, simplemente a una búsqueda estética más personal. Es también frecuente que, en festejos de corte goyesco, los diestros elijan capotes confeccionados en seda. Este material, más delicado y costoso, se aleja del uso habitual. Amén del espada sevillano, otros matadores como Luis Francisco Esplá, José Miguel Arroyo “Joselito” o Antonio Ferrera han utilizado capotes de colores distintos al tradicional amarillo, como el verde, azul o morado.
Mientras que el alicantino y el madrileño lo hacían con el apresto normal, Ferrera ha decidido apostar por la seda. Una textura que le acompaña en su día a día tanto en el campo como en la plaza. Más propia del festejo goyesco que de una corrida de toros a la usanza tradicional. Pero el mallorquín, afincado desde su más tierna infancia en tierras de Badajoz, no duda en utilizarla. Ya sea en su tonalidad verdosa o azulada.
