El toreo y las supersticiones son algo que siempre subyace en este espectáculo y el rito que lleva tras él. Algunos profesionales creen a pies juntillas y otros lo hacen de forma firme, no sea que el triunfo se les vaya por este tipo de cosas. Jugarse la vida cada tarde también ayuda a que determinadas historias o leyendas cobren fuerza y puedan afectar a aquel que trenza el paseíllo. Y la simple colocación de una montera al caer al caer puede ayudar —incluso psicológicamente— mucho a un torero en el devenir de una corrida.
Esas supersticiones que a lo largo de la historia del toreo han acompañado a aquellos que se vestían de luces. Dejar la luz encendida, no dejar una montera puesta sobre la cama del hotel, no alojarse en una habitación con el número 13, dejar la montera boca arriba en el brindis, tocar la madera de la barrera antes de hacer el paseíllo, evitar pisar las rayas del tercio… son algunas de las supersticiones que han acompañado a los toreros a lo largo de la historia, no siendo compartidas por determinados toreros alguna de ellas.
Una de las más curiosas tiene que ver antes de un festejo un búho, un animal que para algunos trae ’mal fario’ al ser ave nocturna, pero que para otros encontrarlo y mirarle sin asustarse trae suerte de por vida. Sin duda algo que no es conocido por el gran público, pero que forma parte del otro lado de la tauromaquia.
Muchos son los toreros a los que no le gusta que se guarde un minuto de silencio el día que les toca torear, no por el torero en sí, sino porque la tradición dice que puede estar acompañada también de ’mal fario’ y por si las moscas, prefieren evitar dichas situaciones. Un hecho que ocurrió en Sevilla durante uno de los festejos de la Feria de San Miguel de 2009, según informó en aquella ocasión el periodista Vicente Zabala de la Serna, fue que el diestro sevillano Morante de la Puebla se negó a que se guardase un minuto de silencio en recuerdo de Francisco Rivera ‘Paquirri’ en la plaza de Sevilla, en una tarde donde actuaba en mano a mano con Sebastián Castella.
Pese a que se especuló en su momento con que la responsabilidad caía en Gabriel Fernández Rey, la decisión final corrió, según el diario, a cargo de Morante de la Puebla, quien adujo cuestiones supersticiosas (’mal bajío’) para no querer que se llevase a cabo. «Se lo comuniqué a los matadores. No hubo unanimidad, y en este caso, al ser mano a mano, quedaban divididas las opiniones. No voy a dar nombres —dijo— para no ahondar en la polémica. La decisión última la tienen los toreros, incluso cuando se trata de otro compañero lo deben proponer ellos. Yo no puedo obligar a nadie. Hay que respetar su opinión», aseguró el presidente a los compañeros de Sevilla Taurina.
El hotel Wellington y su estrecha relación con el mundo del toro
Los toreros son gentes de costumbres, supersticiosos en muchos casos, de ahí que pocas veces quieran cambiar su rutina antes de ir a la plaza. Pero como todo en la vida, hay espadas que no son tan herméticos y si se dejan aconsejar por aquellos que les tienden la mano sin mayor intención que proporcionarle un lugar cómodo en una determinada parte del hotel. Por todo ello rescatamos un fragmento de un reportaje realizado por los compañeros de El Mundo sobre este tema.
Sin ir más lejos el pasado año, el emblemático cinco estrellas madrileño cumplió 70 años de vocación taurina. Nadie conoce mejor las liturgias, supersticiones y momentos de espera del matador antes de enfilar hacia la plaza. «El 90% de las grandes figuras de Las Ventas se viste aquí«, comentaban en dicho reportaje.
Como huésped, hay que decirlo, el torero es una especie aparte. «Son muy supersticiosos», confirmaban. «Cada matador tiene sus manías. Nosotros las conocemos todas«. Para empezar, siempre piden el mismo número de suites. Recuerda Carlos Sánchez, director de marketing, una ocasión en la que un torero llegó una noche antes sin avisar. «Le ofrecimos una habitación normal y al día siguiente triunfó en Las Ventas. Nunca ha querido volver a una suite».
Matador y cuadrilla suelen llegar al hotel la mañana de la corrida o el día antes. El ritual empieza cuando el mozo de espadas regresa del sorteo. Una vez le dice los toros al matador, este ya no sale de la habitación. «Como mucho sube a azotea o a la terraza de la piscina con el capote para hacer mano».
El fundador del hotel, el empresario Baltasar Ibán fue también ganadero, dueño del hierro madrileño, cuyas iniciales se han visto muchos años en el bar Inglés, el único espacio que continúa exacto a como fue concebido en 1952, por lo tanto, un lugar único donde una gran amalgama de toreros, rejoneadores y novilleros deciden alojarse para enfrentarse y vencer a los miedos que surgen días antes de la corrida.