Tras el suceso vivido el pasado miércoles con las dos grandiosas faenas —sin espada— de Saúl Jiménez Fortes en Madrid, llegaban Sebastián Castella, Miguel Ángel Perera y Daniel Luque a la primera plaza del mundo el jueves para lidiar un encierro de la vacada de los hermanos Lozano. Un hierro de Alcurrucén que, junto a Victorino Martín y Victoriano del Río, es una de las vacadas con mayor regularidad en esta plaza durante el siglo XXI, vacadas que han propiciado grandes triunfos a toreros de distinta índole.
Sin embargo, la tarde salió completamente al revés de lo esperado por toreros, ganaderos y aficionados. Los astados toledanos no ofrecieron el juego esperado, arruinando una jornada en la que la afición respondió llenando hasta la bandera el coso capitalino.
Hasta cuatro astados fueron rechazados del primer envío por falta de presencia para esta plaza, según el equipo veterinario. Un baile de corrales que obligó a la familia Lozano a traer más toros para poder lidiar la corrida completa y no verse en la tesitura de quedarse sin lidiar o hacerlo a medias.
En muchas ocasiones hablamos de la falta de un criterio uniforme a la hora de aprobar corridas de toros en la primera plaza del mundo. La escasez de toros en el campo obliga a hilar fino, pero no es menos cierto que toros con el trapío que exige Madrid siguen existiendo. La odisea para acudir a por toros en tiempo récord, finalmente, dio su fruto al lidiar la corrida completa -excepto el cuarto, que fue devuelto a los corrales, saliendo un sobrero de Zacarías Moreno que a la postre fue bravo y el animal más destacado del encierro-. Lo sucedido con la corrida de Alcurrucén en la primera plaza del mundo no es novedad; es algo que lleva pasando bastante tiempo y que volverá a ocurrir, pese a que está claro cuál es el problema.
Uno a uno fueron saliendo por chiqueros astados con armonía y buenas hechuras, pero sin embargo no era la corrida que -por reata y hechuras- le hubiera gustado lidiar a los ganaderos. Si a eso le sumamos un comportamiento descastado y una embestida anodina, es comprensible que la plaza se desconecte de lo que sucede en el ruedo. Tal y como comentó Carmelo López en el post de la duodécima de abono, «la corrida había durado 2 horas y 40 minutos, es decir, 35 minutos menos que Titanic», y eso, para un festejo en el que ni siquiera se dio una vuelta al ruedo, es poco menos que insostenible para una afición que asistió al festejo ganadero de Alcurrucén.