En el mundo del campo bravo hay personajes ciertamente interesantes que, por avatares del destino, no han terminado de salir a la luz y son también parte de la historia de la Fiesta. Uno de ellos es Venancio Martín Andrés, hermano del fallecido Victorino Martín padre, tío de Adolfo Martín y ganadero, aunque sea uno de los pilares desconocidos de esta importante rama de la tauromaquia.
Pese a que ambos hierros llevan varias décadas gestionándose por separado, las divisas de Adolfo y Victorino Martin tienen una relación directa, primero por la sangre que les corre por sus venas y segundo por ser hierros pertenecientes a la misma familia, ambas ganaderías formaron parte de una sola tras la compra en 1960 de la ganadería de Escudero Calvo.
Fue en ese año cuando Victorino, Adolfo y Venancio Martín Andrés, ya previamente ganaderos en Galapagar se hicieron cargo de la ganadería. La oferta incluía ciento cincuenta cabezas de la rama Albaserrada amén de ganado manso y caballos. Entre la localidad madrileña de Galapagar y la salmantina de Retortillo empezaron a pastar los animales de la ganadería de los hermanos Martín.
Una compra que le dio la razón a los hermanos Martín, más si cabe cuando los Escudero Calvo la habían dado por morucha sin importarles el goterón de Saltillo, la sangre Albaserrada, el origen Santa Coloma casi irreconocible en las características de la línea Ibarra que debía traer. Pero allí estaban todas.
Venancio Martín, al igual que sus dos hermanos era tratante de todo tipo ganado, bravo, manso o cruzado, pasando por ovejas, cabras o caballos. Gracias a la ayuda de Escudero Calvo se adentraron en una ganadería que con los años pasó de marginada a demandada. Victorino, hombre listo y avispado se dio cuenta del potencial de una vacada que estaba bajo mínimos.
Pero estos tres hermanos, juntos en la compra y en los primeros años de la vacada no aguantaron juntos, siendo Venancio el primero en echarse a un lado para que sus hermanos prosiguieran con el proyecto ganadero. En esos años 60 las figuras buscaban otro tipo de toro, un animal totalmente opuesto al que tenían ellos en la cabeza. Por tanto, Victorino y Adolfo se repartieron su parte; comenzaba ahí la historia de una rivalidad que ha engrandecido el toreo.
Según nos contaba nuestro director Marco Antonio Hierro en un artículo hace unos días, pronto separaron sus caminos los hermanos; Victorino, de fácil discurso, trato llano y convicciones rayanas en la tozudez, buscó la chispa, el movimiento, la exigencia y la importancia, y lo seleccionó en aquella ganadería de rescoldos de clase que habían sobrevivido a la gran quema. Adolfo, de verborrea menos llamativa, fue buscando entre su parte la humillación, la entrega, la finura en las formas, la codicia en la intención. Pero ambos, sin diferencia, fueron llamando a voces a la bravura para que acudiese a su cercado. Sólo que Victorino llamó también a la prensa…
Caminos separados han llevado siempre Victorino y Adolfo. Un mismo acierto en el éxito y un método similar para distinguirse de los lazos familiares que aún permanecen en las dos ganaderías -que siempre compartirán el origen, esas en las que la personalidad de ambos ganaderos ha marcado la trayectoria de dos ganaderías muy del gusto del aficionado, ese que vibra con la fiereza, la casta y la nobleza de este tipo de animales.