AL NATURAL

Ensayo sobre la soberbia, por Miguel Ángel Perera


lunes 29 abril, 2024

La reacción del extremeño el pasado sábado en Ávila ha dado mucho que hablar entre los aficionados, al burlarse del palco

Perera
Una tromba de agua cayendo sobre Perera en Madrid y, a la derecha, recriminando al presidente de Ávila que no le diese otra oreja. © Luis Sánchez Olmedo y Marcos Sanchidrián

La soberbia suele tener mala fama. Y, sin embargo, calificamos de ‘soberbio’ algo que es incontestable, monumental, rotundo, magnífico en grado sumo. Algo a lo que no todos los mortales estamos llamados a conseguir. De hecho, la soberbia es un pecado capital en la tradición judeo-cristiana, pero ¿y si no fuera por su efecto negativo en el que la recibe, sino por su imagen de seguridad sin precedentes del que la exhibe? Vayamos a uno de los ‘hechos’ del fin de semana, ese gesto de burla de Miguel Ángel Perera contra el presidente de la corrida de toros de Ávila, el pasado sábado, que le ha supuesto un auténtico chaparrón de críticas al torero de La Puebla del Prior.

El hecho cierto es que Perera, que muchas veces no cae bien por la tremenda dosis de verdad que le imprime a la relación con cualquiera, no quiso recoger la oreja que el alguacilillo esperaba para entregarle porque el público había solicitado con fuerza el doble trofeo y el presidente se había negado a conceder el segundo apéndice. No voy a entrar en valoraciones sobre el mérito de la obra para recibir uno u otro premio, no estuve allí. Mi intención es otra: ¿no será que -en más ocasiones de las que pensamos- no tenemos la capacidad de juzgar lo que ha ocurrido en la lidia porque ninguno conocemos el grado de exposición o dificultad que se ha producido allí?

Saco a colación esta pregunta porque no es la primera vez que a Perera lo acusan de ‘desacato’, bien sea a algún aficionado de Madrid -cuando mostró los dedos con un seis que indicaban sus puertas grandes de Madrid-, a algún periodista -cuando en México lo acusaron de no llevar bien las críticas, cuando en realidad su respuesta la provocó que le mentaran a la madre-, o ahora, a un presidente, al que le regaló una reverencia burlona en claro gesto de rebeldía. Y a casi todos los toreros se les admiran los gestos de rebeldía: Morante le mostró unas gafas a un presidente en Alicante y Cayetano le leyó la cartilla a otro en El Puerto. A Perera, en cambio, blandiendo la rotundidad como arma fundamental de su carrera, nadie le tolera estos gestos. Pero también me parece normal: esta sociedad del postureo del Instagram y el vertedero de Twitter (ahora X) no lleva bien que uno sepa lo que ha hecho sin necesidad de que nadie se lo cante. Aunque nos moleste -y mucho- que aquel que te tiene que juzgar no tenga ni la más mínima idea de qué es lo que has hecho en el ruedo ni por qué.

Perera, que es ese tipo que descerrajó la puerta del Olimpo cuando más cerrado lo tenían, en aquel año de 2008 en que más festejos se dieron en la historia, sabe cuándo cruza la línea y cuándo se tapa con decoro. Porque no es sólo una de las muletas más poderosas y técnicas del escalafón; también es uno de los toreros con más valor y más consciencia de lo que hace -y lo que pone en juego por ello- de cuantos hoy se visten de luces. Por eso cuando es él quien tiene este gesto con un presidente es porque sabe lo que ha comprometido en la obra que acaba de firmar y lo que ha pasado por alto el que tiene que sacar el pañuelo. Porque este no engaña, mire usted. Y si tiene que convencer a Madrid de lo que hace, vuelve a una plaza entera del revés, como aquel mano a mano con Ureña en que Las Ventas lo quería reventar y lo terminó canonizando como la perfección del arte de crear una obra exponiendo la vida para ello.

Aquella tarde, por cierto, también le negaron oreja, pero no se rebeló; porque no era al tipo del traje al que tenía que convencer, sino a los que sacan los moqueros para otorgar los galones. Y para ellos transformó la soberbia en capacidad, en entrega, en compromiso y en tanta verdad que la plaza más importante del mundo quedó abrumada. Y se fue andando.

Por eso cuando te pones a leer los comentarios que dejan todos aquéllos que jamás se pusieron en la piel de nadie más te hace gracia que vuelquen allí sus fobias, sus necesidades vitales de atención o sus miserias más cotidianas, cada uno es como es y puede ejercer sus derechos de la forma que mejor considere. Pero que un torero de estas características tenga este gesto y nadie lo sepa interpretar de forma correcta es para preocuparse por el futuro. Y por el presente…