Si hay una decisión que el sistema que gobierna el toreo no te va a perdonar nunca es la de funcionar al margen del propio sistema. Si hay una circunstancia que desestabiliza las relaciones con los que remueven el chocolate es la de buscar la independencia y no entrar en la rueda de cromos, de cambalaches, de cálculos y de planificaciones que buscan pronosticar el beneficio a obtener antes de que acabe el invierno. Y en este mar, bravo pero nunca noble -al contrario que los toros-, Miguel Ángel Perera es un extraño que ha llegado a figura sorteando las piedras del arcén, puesto que lo han intentado sacar siempre que ha logrado tomar la carretera. Es uno de los baluartes de la independencia por convicción, y es muy complicado aguantar a su lado con los palos que la rueda del toreo va insertando entre sus radios.
El extremeño vuelve a remar solo contra la corriente el año en que se cumplen veinte de su doctorado. Él, que es el paradigma de la suavidad, de la imperceptible sutilidad del toque cuando éste no debe notarse, del empuje en la muleta cuando necesita un enemigo mayor, del gobierno sin flecos de cuanto sucede a su alrededor en un ruedo, tiene que ver cómo se le relega de los puestos de privilegio porque su marca, la marca Perera, no vende nunca lo que no es verdad. Y es verdad que no es de los toreros que más público concite, pero sí de los que más logra que esa masa que acude a una plaza se encuentre con él cuando ha acudido a ver a otros. Es lo que tiene ser perfecto en la técnica; que parece fácil todo lo que enseñas…
Por eso no casa su lírica de muñeca, dedos, palma y yema con el que va a ver cómo un tipo le va a la contra a un ‘boby’ con la cara desencajada. Es normal que ese no lo vaya a ver. Lo que ese no sabe es que lo verdaderamente difícil no es ponerse ahí, sino que hacerlo parezca sencillo. Y se pasa el mismo miedo, o más; y se sufre lo mismo, o más; pero para hacerlo hay que ser un superdotado, y no sólo tener arrojo para aguantar sin pirarte. La paradoja es que es lo segundo lo que valora el del tendido, lo que implica que algo estamos haciendo -todos- muy mal. Por eso corren malos tiempos para esa lírica de la dulzura.
Hasta la palabra dulzura parece fuera de lugar cuando se habla de la lucha entre un hombre y una fiera. Pensemos en lo complicadísimo que será que esa palabra nos venga a la mente cuando vemos torear a un tío. Con Perera, nos viene. Como nos llega con algunos otros, también independientes, porque es tremendamente difícil navegar entre estas aguas bravas cuando no tienes otra cosa que entregar que toreo a cambio de tu inclusión. Antes valía con eso, cuando los méritos en el ruedo no había que completarlos con campañas de promoción; pusieras a quien pusieras, sólo había que abrir un agujero en la pared y ponerle ‘taquilla’. Ahí era cuando nacían los Perera, Urdiales, Ureña y hasta los Morantes de la vida. Con ellos trabajaban los apoderados independientes que aún comprendían cuáles eran las normas no escritas de un mundo tan duro como maravilloso. Hoy parece que la única norma que se entiende es la de la supervivencia.
Y no es poco, soy consciente de ello. Pero me duele ver cómo los que realmente son capaces de crear algo distinto en el ruedo tienen que ver cómo se devalúa su capacidad por la ‘cuchipandi’ que se forma entre los que rellenan los carteles y sólo alguna vez recuerdan que sabían torear. Me cuentan que había una apoderado, cabeza visible de una casa grande, que animaba a sus toreros, cuando había fracaso, diciéndoles que al año siguiente les iba a hacer veinte corridas más. Mal te tienes que ver si te dicen tan claro que no es tu fuerza, sino la de tu apoderado la que te hace funcionar. Eso es lo contrario de ser independiente. Y es lo contrario, claro, de ser Perera.
Es por todo ello que corren malos tiempos para la lírica de un torero que no va a estar mucho más aquí. Exactamente igual que otros mencionados en este artículo, porque ser ellos requiere mucho esfuerzo, mucho sufrimiento, muchas decepciones. Ser ellos exige no tener margen de error y elevar la incertidumbre a ser el pan nuestro de cada día. No debe ser nada fácil ser Miguel Ángel Perera y saber que hubiera cantado otro gallo si no llega a convertir en su credo la independencia que consiguió con Fernando Cepeda. Pero, ¿cómo se hubiera respetado, entonces, al mirarse al espejo…?