Hace unos días, yo mismo escribía una columna sobre el riesgo de anunciar a un torero a 24 horas de una de las citas más importantes del año. Hablábamos sobre la corrida de Villarrobledo y las similitudes que podía tener con aquella celebrada en La Línea de la Concepción el pasado mes de abril. El calendario taurino ha ido perdiendo esa identidad que hasta no hace mucho tenía, fechas claves en el calendario que le daban categoría a la plaza y a la temporada, pero que con el tiempo y el cambio de costumbres del aficionado fueron perdiendo su sitio en beneficio de otras.
Han pasado los años y hay dos fechas inamovibles en el calendario taurino, dos tardes que por sí solas se llevan todos los focos de la temporada. Una se da en Sevilla por Resurrección; la otra, en Madrid en Beneficencia. Dos fechas en las que todos los toreros quieren estar; primero por lo que representan y segundo por el marco en el que se dan. Estar anunciados en ellas te da una categoría suprema, muy por encima de cualquier vitola que quiera ponérsele a un torero. Cierto es que ambas tienen una idiosincrasia diferente. La primera es una tarde en la que se da cita lo más granado del escalafón, un cartel que ya durante el invierno el aficionado va dando forma en su cabeza y que se acaba haciendo oficial en el mes de febrero; la segunda -hasta no hace mucho- se dejaba abierta para los triunfadores de San Isidro, pero desde hace unos años es presentada junto al resto de carteles, poniéndose el foco tanto en los triunfadores de la temporada en Madrid como en el resto de nuestra piel de toro.
Por todo ello suena raro que una figura máxima del toreo y que cuida todos los detalles al máximo decida anunciarse en dos plazas de menor categoría tan solo un día antes de las dos citas más importantes del año. Claro que el torero se debe al pueblo, que hay que torear allí donde más se necesita de ellos, pero hay días y días para hacerlo. No es lógico que las empresas de Sevilla y Madrid, que son las locomotoras del toreo, estén con el corazón en un puño esperando a que la corrida del día anterior acabe. Son días claves en el año que deben tener preferencias a otras. Aquí no hablamos de chovinismos ni de golpes de pecho por engrandecer a unas por encima de otras, aquí se trata de hacer las cosas con sentido común. A Resurrección y Beneficencia deben de dárseles carácter de acontecimiento y por ello hay que cuidarlas con mimo, no dejar nada al azar, porque ya sabemos lo que pasa cuando en el toreo dejamos las cosas al azar o andamos improvisando.
No es cuestión de ser agoreros, de ponernos la venda antes de que salga la herida. Es cuestión de hacer las cosas con tacto, con sentido común. Ya pasó con Morante en la Línea de la Concepción, allí no es que toreara un torero el día antes, es que torearon los tres. ¡Qué necesidad había! Y ¡ojo! no es culpa del empresario, éste simplemente se limita a organizar un festejo y darle la mayor categoría posible; aquí la culpa la tienen quienes aceptan esa propuesta, ya sean los propios toreros o sus apoderados. Cuesta un mundo entrar en esos carteles de los que habíamos hablado antes, por ello no se entiende que se corra el riesgo de poder quedarse fuera por anunciarse en un pueblo -con todo el respeto sea dicho- antes de la cita más importante del año.
Y hablamos de dos fechas, dos días al año, no de una amalgama de festejos. Resurrección y Beneficencia -ambas con Morante en el cartel- deben ser cuidadas tanto en los toros que se reseñan como en el cartel que se da. Todo tiene que cuidarse al máximo, es nuestra carta de presentación hacia el mundo. Son corridas en las que no se puede dejar nada a la improvisación, porque simbolizan los mejor de nuestra fiesta. Por ello los toreros tienen que saber la responsabilidad que conlleva el estar presentes en esos dos carteles, el saber que deben estar comprometidos al 120 por ciento, y eso no solo tiene que ver con su preparación física o mental, también con el saber que un paso en falso lo cambia todo. Ellos, los toreros, tienen que saber que las fechas previas a estos días son sagradas, deben respetarse, porque no solo está en juego su participación en dicha tarde.
Pues en La Línea pasó con Morante, y por si fuera poco se repitió la historia un mes y medio después. ¡No querías caldo, pues toma dos tazas! Ahora todo está patas arriba, un cartel como es el de La Beneficencia corre el riesgo de no tener acartelado a uno de sus toreros más esperados. ¡Qué sentido tenía todo esto! Un sinsentido que comenzó mal (tras el precedente de La Línea) y que puede terminar con un problema serio para la empresa. Morante, pese al fortísimo golpe, acudió a Sevilla por Resurrección; ahora está en el aire su presencia en Beneficencia. ¿A quién beneficia todo esto? Yo creo que a nadie. Villarrobledo tendría una gran entrada con el cartel que ha quedado conformado y Madrid respiraría tranquila sabiendo que el cartel no corre peligro de ser modificado. Otro caso es el de Aranjuez, donde fue volteado Morante…