EDITORIAL

Ramón Valencia: cronología de una debacle para Sevilla


martes 22 abril, 2025

Donrramón podría hacer un acto de contricción para respaldar un propósito de enmienda, pero lo pilla mayor para todas esas cosas

Ramon Valencia
El primer toro de Cuvillo, yendo a corrales el pasado domingo; en el centro, el empresario Ramón Valencia. © Eduardo Porcuna y Pagés

Hay plazas que se gestionan, y otras que se defienden. La Maestranza no es solo un ruedo, es un altar. Es historia, es categoría, es el eco de lo que fue grande. Y sin embargo, bajo la batuta de Ramón Valencia, ese eco suena cada vez más lejano. Ya no se escucha cerca ni la narrativa de un Curro Romero que es ya el último exponente de aquel ayer, pero es que le queda poco a un Morante que significa el hoy -y al que Donrramón se aferra como última tabla del naufragio- y no se entiende demasiado con un Juan Ortega que significa el mañana de una Sevilla fuera de etiquetas y libre de resultadismos. Como siempre fue Sevilla. Porque decir que Juan todavía no es torero para Resurrección debería estar penado con un año entero viendo festejos ideados por el propio Valencia.

A pesar de todo, Sevilla no ha perdido su belleza, ni su historia. Lo que ha perdido es la dirección. Y eso tiene nombre y apellidos: Ramón Valencia. Bajo su mando -que podrá ser muy educado, pero huele igual de rancio que otro que no lo sea-, se han producido demasiadas tropelías en La Maestranza, pero vamos a repasar las más importantes. Porque parecía que era este, Ramón, el que nos iba a librar de la tiranía de su cuñado Eduardo, pero…

El año en que las figuras dijeron ‘No

El 2012 será recordado como el año del vacío. No porque faltara público, sino porque faltó lo esencial: las figuras. El Juli, Morante, Manzanares, Talavante, Perera… todos se bajaron del cartel. Y la empresa, en vez de tender puentes, levantó muros. Ramón Valencia no supo —o no quiso— gestionar el conflicto. Tiraron de David Mora y de Iván Fandiño para remontar las taquillas y quisieron defenestrarlos después, cuando ya no los necesitaban. Y Sevilla, la de los carteles de lujo, se quedó sin alma.

Fue un golpe duro. Y aún se arrastran las secuelas. Por eso siguen apareciendo en los carteles aquellos con los que se generó el problema porque la empresa -como las demás- no quería reconocerles el estatus que pretendían. Y que tenían, ojo. A la vista está hoy.

Carteles sin alma, ganaderías sin sentido

Cuando el aficionado mira los carteles y ya sabe quién torea antes de que los anuncien, algo va mal. En los últimos años, la repetición ha sido norma. Se ha premiado a toreros por afinidad, no por méritos, y se ha ninguneado a otros que habían ganado en el ruedo, y en el corazón del aficionado, su salvoconducto para el albero sevillano. «Yo escucho el sentir del aficionado cuando paseo por las calles de Sevilla», aseguraba Donrramón para respaldar su confección de carteles, pero nadie sabe muy bien por qué calles de Sevilla suele caminar este hombre.

Y lo mismo con las ganaderías. Hasta qué punto llegará la falta de respeto del buen señor que hasta un hierro de sumo prestigio como La Quinta decidió bajarse del carro durante la elaboración de carteles de esta Feria de Abril. Pero, además, quedan atrás otros hierros con los que no se ha sido justo por la calle Adriano, y El Pilar está a la cabeza de todos.

Falta variedad. Falta personalidad. Y sobre todo, falta ese criterio que convierte una feria en referencia. Y hablamos de la segunda plaza del mundo en importancia.

El abono de Sevilla ya no se hereda

Durante décadas, tener un abono en Sevilla era un símbolo. Hoy, muchos no lo renuevan. Porque se cansaron de que no les escucharan. Porque pagar por tardes planas, carteles repetidos y ausencia de emociones no compensa. El aficionado se ha ido desenganchando. Y cuando el aficionado se enfría, la plaza se apaga. Este mismo año -el que más necesita Donrramón que sea redondo para renovar su contrato con los maestrantes- no pasarán de cinco los llenos del Baratillo.

Y La Maestranza está más fría que nunca.

¿Dónde están los nuevos?

Sevilla fue cuna de toreros. Fue escaparate de novilleros con hambre y futuro. Hoy, las novilladas escasean, los nombres nuevos no entran, y el futuro se reduce a lo que dictan las casas fuertes. Parece que se elaboran los carteles con desgana y hasta con fastidio. Hasta constan puestos concedidos a cambio de favores externos -esa historia tal vez la contemos pronto-. Sin cantera, no hay relevo. Y sin relevo, no hay mañana.

La empresa ha mirado hacia otro lado. Y lo pagaremos todos. La primera, la plaza por la que debería haber velado, pero es mucho más fácil dejarse caer en una poltrona mullida por casi cien años de posaderas análogas. Lo que nos lleva a la siguiente observación, de la que no se ha hablado mucho.

Pandemia: cuando hizo falta un líder, hubo un ‘acusica

La pandemia puso a prueba a todos. Un año sin espectáculos fue un disparo al corazón del sistema, pero el sistema terminó por no buscar el relevo. Algunas plazas buscaron soluciones, otras pelearon por abrir, por hacer, por mover. En Sevilla reinó el silencio. No hubo liderazgo, no hubo impulso. Solo espera. Solo miedo. Y denuncias, claro, porque no se veló por mantener viva la llama del espectáculo, pero sí se denunció a quien lo intentó. Y con denuncias que resultaron ser falsas -dicho por quienes tenían que velar porque así fuera, no por cuatro interesados ocupando una poltrona-. Por cierto, sin que haya mediado una disculpa desde entonces por parte de un señor tan educado.

Un empresario sin pulso para una plaza con alma

Ramón Valencia no es nuevo. Lleva años en esto. Pero una cosa es estar, y otra es ser. Y Sevilla exige ser mucho más que un gestor. Exige tener criterio, valentía, sensibilidad con la historia y compromiso con el futuro.

Hoy, Sevilla sigue siendo la misma plaza de siempre. Pero lo que ocurre dentro, lo que se programa, lo que se olvida… no lo es.

Y el responsable tiene nombre. Podría asumirlo, comprenderlo y hacer un acto de contricción para respeldar un propósito de enmienda, pero lo pilla mayor para todas esas cosas.

Y Sevilla no está hecha para andar esperando.