La Feria de la Magdalena (pasada por agua, salvo en la última, reluciente de sol) se anunció como homenaje al artista plástico Juan Ripollés, que en septiembre cumple 90 años. En la ilustración del cartel, Ripollés aparece con montera, trocando el permanente pañuelo blanco con cuatro nudos y una ramita de romero sobre su cabeza.
Llegados al cuarto toro y cambiado el tercio, Morante tomó muleta, estoque simulado y montera y se fue en busca de Ripollés, allí en un burladero del callejón por el que asomaba su cabeza y, claro, el pañuelo blanco y la ramita de romero.Hecho el homenaje, el torero de La Puebla del Río cruzó el ruedo hasta los tendidos de sol, bajo los cuales revoloteaban los papelillos al resguardo de la ventolera.Y , pegado a tablas y rodilla en tierra, se puso a torear.
Ya erguido, surgió un trincherazo solemne y alado a la vez, que fue un clamor.La faena toda, sin ser redonda ( el toro no daba para ello) fue una nueva demostración de ese Morante dispuesto a romper moldes y prejuicios, como esas manoletinas de cierre, tan inusuales en su tauromaquia (que ya se antoja inacabable). Mató bien , como también viene siendo norma y aquí el usía, que se había hecho el longuis en su primero, no tuvo otra que sacar el pañuelo.
Oreja en mano, Morante dio la vuelta al ruedo y al acabarla, llevaba en sus manos manojos de romero y material suficiente para poner un puesto de flores. Hubo más en la corrida, con un Manzanares redondo y triunfal y un Juan Ortega sin suerte. De todo ello da buena cuenta la crónica.
Concluyó La Magdalena del reencuentro (como tantas otras ferias que han sido y serán en la geografía taurina), la del frío, el agua y, también, toreo bueno y triunfos. Brindemos por ello y lo que -si nos dejan- está por llegar.