Parece el éxito más importante que un torero puede alcanzar en una plaza. La proliferación de indultos que se ha producido en los últimos años -en demasiadas ocasiones injustificada- parecen haber premiado más las actuaciones de los toreros con los animales que el comportamiento del propio animal ante la durísima exigencia del rito sacrificial, del que termina escapando. De hecho, en el último indulto producido en la plaza de toros de Las Ventas, el del «victorino» Velador en el año 1989, Ortega Cano no paseó ni una triste oreja después de que se fuera el toro por donde vino. Al toro se le perdona la vida por sus excepcionales características de bravura y de entrega, como premio para un elemento imprescindible para el toreo como espectáculo. Pero también por no perder la semilla genética que tan escasa suele ser en el campo bravo y que perdure así la expresión de verdad que se oculta tras los focos.
La propia perversión de la norma por parte de los públicos -muchas veces ignorantes de cuál es el verdadero sentido del indulto- hace que nos preguntemos por qué toreros que hacen conmocionar a los tendidos y que revientan las barrigas del personal coreando los olés más sentidos que recuerda la historia no pasarán a la historia por indultar muchos toros. Y ese es el caso, por ejemplo, de Morante de la Puebla, del que no se recuerda indulto alguno ni revisando las estadísticas de todas sus temporadas como matador.
¿Por qué? ¿Cuál es el motivo de que Morante, que forma parte de la generación de toreros con más indultos a sus espaldas de la historia del rito, no ha dejado un toro padreando desde que tomó la alternativa? La pregunta no es mala, incluso para hacerla entre los profesionales del toro. Unos aluden a que el indulto no es la finalidad de su toreo, otorgando un sentido bergaminiano a su concepto de la expresión artística. Otros, mucho más pragmáticos, se refieren a la intención del sevillano de hacer el toreo en todas sus suertes, lo que también incluye la de matar. Ambas pueden ser válidas, qué duda cabe. Pero creo que lo más acertado en buscar en la expresión formal.
A los toros, para que rompan a embestir, siempre hay que ayudarlos. Incluso al más bravo, porque no lo han hecho nunca y hay que conducir sus instintos de forma que sirvan para el objetivo de torear. Y esto se puede hacer moldeando las condiciones del animal, como suelen hacer el común de los toreros, o exigiendo a tu antagonista la misma entrega que tú le das. Esto, dicho así, suene muy vendible. Pero para eso no valen todos los toros. Ni siquiera un tercio de los que un torero lidia al cabo de una campaña. Para embestirle a un tío que te exige así desde que decide que va a expresar su tauromaquia desde el minuto uno hay que ser un supertoro. Tanto que es posible que los que rocen ese listón pasarán a la historia. Porque no es normal que un toro, devolviendo la entrega que Morante le da cuando se pone a torear, aguante la exigencia de una faena completa. Y por eso aquel toro de Juan Pedro de 2009 en Madrid llegó a la muleta con una única tanda. Cosas de la biología.
Morante no indulta porque no hay un toro capaz de soportar el toreo de Morante
Morante no indulta toros porque no hay un toro capaz de soportar el toreo de Morante. Esa verdad en la colocación, en el trazo y en las plantas, esa forma de volcar el torrente de emociones en el trapo y esa forma de exigir a los animales para crear la belleza sublime que termina pasando a la historia requeriría de un toro del año 3000. Y ese todavía lo están soñando los ganaderos. Pero como son los que mejor hacen los deberes en esta fiesta, terminarán consiguiendo ese animal si el sistema no los apisona antes.
Por todo ello es por lo que Morante, que hace el toreo o no lo hace -cuando lo intenta resulta técnico y tedioso-, no puede indultar un toro. ¿Que podría, si quisiera, perdonarle la vida a alguno? Por supuesto que sí. Con esa técnica y ese valor -y ese conocimiento del oficio- no le resultaría difícil. Pero ¿sería el toreo de Morante, entonces, el que veríamos en el ruedo…? Hombre… Yo creo que no.