Lo fácil era borrarse. Lo lógico, también. A fin de cuentas, ayer no fue una voltereta de las habituales cuando se pisan las brasas: fue un drama a punto de consumarse, con el cuerpo en cruz y el pitón buscando el hueco donde solo habita la tragedia. Lo prudente, lo sensato, lo que recomendaría cualquier parte facultativo —e incluso buena parte del Tuitendido con vocación de ATS—, era guardar reposo, cerrar la temporada un par de días, pensar en lo denso del próximos par de meses y volver cuando el cuerpo y la mente hubieran resuelto el susto. Pero Roca Rey nunca fue prudente. Y mucho menos pusilánime.
Hoy, en El Puerto, hay toros. De los de verdad. Y aunque la taquilla parece ser que no llegará -de las escasas tardes este año- ese cartel de No hay billetes que parecía reservado a cada una de sus apariciones hace no tanto, la cita sigue siendo de peso. Precisamente por eso, por la importancia del escenario y el eco del compromiso, la cabeza de figura decidió estar. No por terquedad, que también. No por orgullo, que le sobra. Sino por eso que algunos llaman responsabilidad y otros, simplemente, ser torero.
Porque para Andrés, este oficio no admite excusas. Ni siquiera las médicas. Se gana lo que se torea y se defiende lo que se ha construido con la sangre que ya ha dado. En otras circunstancias, con otro nombre en el cartel, con otra plaza en el mapa, otro se habría quedado en el hotel viendo pasar la gloria por la ventana. Pero él no. Él apretó los dientes, apretó el vendaje y se vino a El Puerto con el cuchillo entre los mismos dientes con los que muerde la historia.
Y no se trata solo del gesto, aunque también valga. Es la categoría de quien se sabe referente. De quien sabe que su ausencia vaciaría más que los asientos de sombra. Porque lo de hoy es más que una corrida: es una prueba de fe en uno mismo. Es mirarse al espejo y reconocerse torero por encima de todo. Aunque el cuerpo no aguante. Aunque el alma tenga miedo. Aunque en el fondo de los ojos aún retumbe el pitón de Huelva.
Si esta temporada no está siendo la del fulgor en cada tarde, si esta campaña de 2025 está sonando demasiado el ruido de fuera, no será porque Roca rehúya el compromiso. Y por eso, precisamente por eso, lo de hoy tiene más valor que mil orejas.
No hay necesidad. No hay obligación. Pero sí hay verdad. Esa que no se puede firmar en ningún contrato. Esa que no cabe en el parte médico. Esa que se escribe solo con las agallas de los que entienden que la historia no espera. Y hoy, en El Puerto, con el cuerpo dolorido y la mirada fija, Roca Rey se ha vuelto a poner el mundo por montera.
Aunque duela. Aunque asuste. Aunque nadie lo pida. Porque así es como se escriben las páginas que no se borran; con el cuchillo entre los dientes.