AL NATURAL

Toda la verdad sobre Daniel Luque: la soberbia y la gloria de un torero con más cualidades que cualquier figura


lunes 5 febrero, 2024

Tiene planta, arrogancia, figura, técnica, valor y ahora hasta madurez para estar entre Dios y los mortales. pero...

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Daniel Luque brinda un toro en Vistalegre © Luis Sánchez Olmedo

Mirando alrededor y viendo cómo se está desarrollando un relevo generacional que aún está muy lejos de consumarse, me he estado preguntando por el camino de los destinados a ser soporte de la tauromaquia. Y no ha estado mal el ejercicio, porque me ha llevado al análisis y éste, a la explicación. Obviamente, la mía; las conclusiones que saque otra persona bien podrían ser otras, pero este artículo lleva mi firma.

Hoy vamos a hablar de Daniel Luque, ahora inmerso en una polémica con Roca Rey que parece estar amainando, toda vez que el buenismo imperante los ha obligado a encontrarse y a negociar un armisticio que jamás debería darse entre rivales. Y ganaría el toreo. Siempre, claro está, que la pelea no tenga tintes barriobajeros y los navajazos no se produzcan por la espalda. Pero esto sólo viene al caso porque nos hace remontarnos muchos, pero muchos años atrás, cuando un imberbe de Gerena, soberbio, maleducado e impertinente, se vio con las mejores cualidades que se habían visto juntas en un aspirante a torero cuando amanecía el nuevo milenio.

Y aquella burbuja, novillero él, superior él a sus compañeros, sabedor él de que ninguno le llegaba a los clavos del botín, se fue inflando e inflando, alimentando la soberbia porque se sabía tan enorme, tan distante de los de su escalafón, que no tuvo tiempo de asimilar los peligros de la precocidad. Lo vio Tomás Campuzano, que fue el primero en sorprenderse con la facilidad fuera de lo común de aquel chavalito de su pueblo. Pero también fue el primero en darse cuenta de que aquella capacidad innata de torear no iba en consonancia con una cabeza llena de pajaritos que debía madurar mucho aún para empezar a evolucionar.

Pero, como aquello, de momento, le valía, siguió siendo el chavalín malcriado al que nadie le puede negar dos cosas: su inmensa capacidad para lidiar toros y su margen de mejora para crecer como persona. Era poco más que un adolescente y ya estaba quitándose de carteles por no obedecer a sus deseos, y saboreando la vida de figura sin haber empatado aún con nadie. Por eso había demasiada prisa para ponerlo a jugar; por eso, y porque el novillo nunca fue rival para aquel chaval, tan desahogao en la calle como gigante en la plaza.

Y ese era el problema y también la virtuda, porque fue lo que lo llevó a las ferias cuando tomó la alternativa y se vio, de repente, en los patios de cuadrillas, mirando por encima del hombro a los que mandaban en el escalafón. Y respondiéndole quites a Morante en Madrid con un descaro nada común. Eran los tiempos del ascenso, cuando su carácter complicado comenzaba ya a ser fama en el mundillo, pero aún no habían comprobado hasta qué punto. Ni siquiera el recordado José Luis Marca, que lo apoderó presumiendo de que a él, a desahogao, no le ganaba nadie. Y, hasta entonces -salvando aquella negativa de Joselito, siendo un chavalín, a la exclusiva que le propuso-, era verdad…

Aquella frase de Simón Casas

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Simón Casas fue uno de sus primeros apoderados con fuerza. © Plaza 1

Pero aquel ascenso se frenó con una frase de un genio para esas cosas que, sin embargo, esa vez se le volvió rana. Tras Marca y una ruptura complicada, cuando las lenguas de doble filo largaban pestes del imberbe y le auguraban un futuro sin pretendientes para los despachos, llegó Simón Casas y expuso el motivo que lo había llevado a aquel apoderamiento: «Daniel Luque está a seis toros de ser figura del toreo». Y el toreo, que es mucho más de reír las chuflonadas que de comprobar las credenciales, terminó de rematarlo. Y de nada sirvieron los años de triunfos en las ferias, de vueltas a España y de derroche de capacidad sin alma que culminó en una Puerta Grande de Las Ventas con una corrida de El Puerto en la que embistieron los seis. Lejos de convertirse en figura, fue desapareciendo de los carteles de ferias. El banquillo terminó por acogerlo.

Y se vio muchas veces dando tumbos por esas plazas de Dios, sabiendo todavía que no había tres toreros que pudieran ganarle en capacidad. El que se había quitado de carteles de novillero por no matar determinados encierros se vio por tierras francesas, matando la del Tío Picardías y cobrando los mínimos por matar el toro máximo. Aquello lo fue curtiendo. Porque se daría cuenta de quién era de verdad y quién no. Comprendería que la evolución empezaba por uno mismo y que la actitud ante la vida es personal, no depende de nadie más. Por eso cuando se anunciaba en gaches de los que jamás había oído hablar valoraba mucho más cada tarde que vestía el chispeante. Y cada persona que estaba allí. Con él. Para él.

El cambio no se produjo de la noche a la mañana, no; pero llegó. Llegó tan inversamente proporcional como había sido su precocidad, pero llegó pleno. Porque aquellas tardes de traca gabacha o Mancha aterradora, que venían de las ganaderías que echan lo que tienen y no lo eligen porque no hay más, eran una bendición para la evolución de lo que nunca dejó de ser: su toreo. Porque ahora si llegaba a su capacidad, y la iba haciendo mayor porque ahora comprendía que el conocimiento se incrementa con las experiencias, sobre todo las malas. Y se fue haciendo grande.

El renacimiento al ralentí

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Daniel Luque. © Luis Sánchez Olmedo

La soberbia inicial fue quedando reducida cada vez más, porque la dejaba en Gerena cuando se marchaba a torear. Humanizó su trato, se dejó llegar a personas que le hicieron bien. Comenzó a desbordarse de toreo siendo fiel a esa Francia que le abrió las puertas cuando se las cerraba España. Y a España llegaban los ecos de aquellas tardes de éxtasis que Dani se permitía por allí, donde conocía el cariño, la confianza y la fidelidad de un público agradecido y poco influido por los taurinos. Distinto en casi todo.

Ya estaba en el camino derecho cuando se cruzó en su camino Carlos Zúñiga, pero quizá fue con él con quien mejor se compenetró profesionalmente. Con él regresó a las ferias, al postín, a la mayor regularidad y al escaparate mayor para que el orbe comprobase hasta qué puento había cambiado ese torero al que había visto todo el mundo pero nadie conocía bien aún. Y llegaron las tardes de mayor gloria, porque no se basaban en un despojo más o menos, sino en el despliegue de conocimientos, muñecas, cintura y arrestos para marcar la diferencia. Pero el público, la prensa y hasta el mundo del toro aún se escudaba en un tópico: el momento de Luque. Y el momento ya duraba siete años. Toreros como Jumillano fueron figuras y se hicieron ricos con sólo ocho años de alternativa…

Ahora, que el toreo necesita mucho como él, todavía no le damos el marchamo merecido. Le pasa a otros: Emilio de Justo, Ginés Marín, Paco Ureña, o incluso Tomás Rufo… Hombros necesarios en el toro para renovar la institución y soportar su carga. Pero en el caso de Dani, tal vez aquella soberbia hoy le impida -injustamente- tener consensuado el estatus de figura. Aunque las figuras de hoy -que explotan como nadie una o dos cualidades-, no tienen reunidas en un nombre todas las que uno pueda imaginar. Esas las tiene Daniel Luque…