EL EXILIO INTERIOR

¡Música, maestro!


jueves 20 enero, 2022

No sólo son los clarines los instrumentos musicales que suenan en las plazas de toros: desde el paseillo hasta el final, con la faena de muleta como eje, la música es protagonista.

Tejera
Banda del Maestro Tejera. © Maestranza Pagés

Hace unos días se presentó sucesivamente en Madrid, Sevilla y Barcelona el libro «Por qué la música» (Ed. El Paseo. Serie Gong), obra monumental  del filósofo francés Francis Wolff, que en el acto de la capital catalana estuvo acompañado del también filósofo Víctor Gómez Pin. Ambos, reconocidos aficionados taurinos y autores de obras fundamentales en esa temática como, entre otras, «50 razones para defender las corridas de toros» (Wolff) o «La escuela más sobria de vida» (Gómez Pin).

El prólogo de Féliz de Azú a “Por qué la música” finaliza así: «Wolff es un francés que, en la gran tradición hispanófila del país vecino, respeta y aprecia nuestra tradición cultural…La presente traducción le acercará a un público atento a todo lo sonoro, comenzando por el alarmante sonido de los clarines y acabando con las desgarradoras saetas que cada año señalan el comienzo de la primavera«.

Esos clarines que menciona Azúa son los que cada tarde de toros suenan para anunciar la salida del toro por la puerta de chiqueros y también en los cambios de tercio en la lidia. Son “los clarines del miedo”, que así se titulaba la novela de Ángel Mª de Lera llevada al cine en 1958 con Paco Rabal como protagonista, en el papel de torero retirado.

Pero- claro- no sólo son los clarines los instrumentos musicales que suenan en las plazas de toros, desde el paseillo hasta el final, con la faena de muleta como eje.

No siempre fue así, ya saben. Sucedió en Barcelona, año 1877, plaza de El Torin en la Barceloneta. Toreaba Rafael Molina “Lagartijo” un toro de “Rapamilán” y durante la faena de muleta , el público, llevado de su entusiasmo, empezó a gritar ¡música! ¡música! y la Banda del maestro Sampere arrancó a tocar. Y, a partir de esa tarde, la música ya quedó para siempre como un elemento más en el rito del toreo, a veces incluso jugando un papel relevante en el propio discurrir de la faena, con Madrid y Las Ventas como excepción desde aquella corrida en la que para evitar males mayores entre los partidarios de Marcial Lalanda y Domingo Ortega , la Banda dejó de tocar – ya sólo lo hace en el paseillo y los intermedios entre toro y toro-  y en ello siguen.

En el cine, la música, la banda sonora, juega con las emociones del espectador- no siempre con acierto, por supuesto-, subrayando la acción. En los toros ocurre algo similar, pero con el matiz esencial de que en la plaza todo es real, ocurre en un instante fugaz (a veces, memorable) y, “se muere de verdad”. 

«La música callada del toreo» bergaminiana ; la sutileza – y caprichos- de la Banda en La Maestranza; el estruendo de las bandas populares de las peñas ; las piezas musicales que suenan en las plazas francesas, con el paseillo a los sones del toreador de “Carmen” o temas de películas en el último tercio… Música y tauromaquia, tan de la mano. Una simbiosis que en la pequeña plaza de Azpeitia se da como en pocos lugares. En esa localidad guipuzcoana, villa natal de San Ignacio de Loya, en el corazón de Euskadi,  la corrida tiene una banda sonora propia en la que músicos y público interactúan en determinados pasajes del festejo y llegados al arrastre del tercer toro alcanza su clímax- el público en pie, las cuadrillas en el ruedo, destocadas-  con la interpretación del “Zortziko fúnebre de Aldalur” en memoria del banderillero José Ventura Laka, muerto en ese coso en 1846 cuando banderilleaba a un toro de casta navarra.

También el jazz, territorio inexplorado, salvo por el siempre sorprendente Luis Fco. Esplá. El maestro alicantino ha manifestado en varias ocasiones que el jazz y los toros encajarían en un perfecto maridaje y él mismo lo llevó a la práctica –con éxito, así lo viví in situ-  en la singular plaza de Almadén, cuando para conmemorar su treinta aniversario de alternativa (que supuso la presentación en público de su hijo Alejandro, ambos y las cuadrillas vestidos de traje y corbata) organizó un festejo con cuatro toros y convocó a los amigos. Durante las faenas y a una seña del propio Esplá, un cuarteto de jazz desplazado desde Barcelona para la ocasión se encargó de tocar varias piezas  que daban la razón al torero.

Y el pasodoble.

Tiene mala e injusta prensa el pasodoble, el pasodoble torero, asociado a lo cañí. Incluso hay aficionados a los toros que reniegan de él.

El pasodoble suena en las plazas de toros y, también, en las plazas mayores de los pueblos, en las fiestas patronales, en las verbenas.

El pasodoble lleva con él el sello de lo español- de ahí, también,  el repelús de algunos-  y transmite alegría, fiesta. Y así se percibe y celebra en las plazas de toros.  Cierto es que- en los últimos años- hay toreros que, cuando arranca la música, mandan parar, ya sea porque consideran que no es el momento o porque prefieren el silencio roto por los olés. José Tomás casi llegó a institucionalizarlo.

Pero cómo renunciar a pasodobles comoGallito”, “El Gato Montés”, “Marcial”, “Nerva”, “La Concha flamenca”, “Puerta Grande”…

La temporada está a punto de empezar.

¡Música maestro!.