Vaya por delante que en este portal, pese a las interpretaciones interesadas que en su momento se hayan podido hacer, siempre hemos defendido los derechos que les corresponden a los miembros de las cuadrillas por el trabajo que desempeñan y porque han sabido conquistarlos a lo largo de los años y las negociaciones. Existen unos mínimos, económicos y morales, y esos deberían ser intocables mientras no se negocie lo contrario.
El problema viene cuando las cuadrillas, azuzadas por los que llevan el camino del rebaño, quieren hacer ley derechos adquiridos bajo coacciones y amenazas, porque entonces dejan de tener razón por lo que pretenden y por cómo pretenden conseguirlo. Máxime cuando pasan por alto situaciones como la de ayer en Sotillo de la Adrada, donde dos banderilleros -un lidiador y un tercero- despacharon ellos solitos una corrida de Prieto de la Cal sin mayor novedad, lo que pone de manifiesto varias cuestiones de importancia que, por cierto, tienen bloqueada desde hace años la negociación del nuevo convenio -en lo que también influye la falta de carácter, personalidad y valentía de los que deberían gobernar el espectáculo: los toreros-.
En una negociación taurina está consolidado como hecho consumado que si mañana te anuncias con Pelé y Melé, no me vengas pidiendo en el cartel a los dos primeros del escalafón mañana en una plaza buena. Y ayer los banderilleros se anunciaron con Pelé y Melé -no había más nombres, oiga-. Y no aparecieron allí 200 profesionales de paisano, con los cabecillas sindicales de avanzadilla, a reventar una feria donde se paga escrupulosamente y a dejar sin torear a dos chavales a los que les hubiera hecho falta vestirse de luces esa tarde. Podía leerse en el cartel con el que Sotillo justificaba la carencia «por falta de profesionales, dados los numerosos festejos» que se celebraban ese día. Villaseca se celebra en las mismas fechas y allí aparecieron a puñaos. Pero hay una diferencia fundamental, que es la que hay que abordar verdaderamente en este asunto.
Sobre la necesidad o no de que hagan el paseíllo los profesionales que hoy exige el Convenio Estatutario ya nos hemos pronunciado en numerosas ocasiones: entendemos que valen para las plazas de primera y segunda categoría, pero no para los gaches; ese punto habría que revisarlo. Sin embargo, y a pesar de todo, defenderemos siempre la legalidad vigente mientras no se modifique mediante una negociación adecuada. El problemas es: ¿lo harán los profesionales?
Porque, sí, acudieron en masa a Villaseca, donde se huele a pasta en un municipio que se gasta 600.000 euros de su presupuesto municipal en el fomento de la cantera -que viene con sus cuadrillas correspondientes-. Pero ayer debían de estar todos toreando, porque no había ni uno denunciando el verdadero problema de los profesionales: los golfos. No hemos visto tampoco ninguna publicación en Redes Sociales diciendo que el empresario de Sotillo -a la sazón un sujeto de largo historial de faltas contra municipios, aficionados y profesionales- es un golfo que arregla a los que se juegan la vida con 2.500 euros el día que se encuentra más generoso. No vimos piquetes, ni que saliera humo de la plaza de Sotillo, ni que se señalase con el dedo a los que se pusieron delante -en una gesta, por cierto, digna de mención en cuanto a los arrestos-.
Pero es otra vez CULTORO quien debe llamarle golfo al golfo, al que provoca que no salgan las cuentas de los matadores y tengan que arreglar a su gente con 300 euros y el boletín. Es otra vez este medio el que tiene que denunciar lo que a los principales sindicatos no les interesa y el que debe correr con el riesgo de exponerse a demandas -que ganaremos porque no publicaríamos si no pudiésemos demostrarlo-, a señalamientos y a todo tipo de comentarios en los basureros con altavoz. Y así va el asunto como va. Y volveremos a ser los malos, porque la sindicalidad oficial sólo acude a donde huele a parné. Y es aquí, donde el golfo se va con la pasta, donde está la verdadera trinchera y se defiende la verdadera dignidad.
Y ahora que no salga nadie con la chapa en el pecho, porque sería para fusilarlo a comentarios al amanecer.