Hay determinados toreros que por h por b están fuera de las grandes ferias, de esos carteles de postín donde no se les da cabida por razones que todos conocemos como el no estar apoderados por una casa grande, entre muchas otras. Una serie de espadas que prefirieron volar en libertar y no tener que agachar a cabeza en según que situaciones. Todos sabemos que el camino de la independencia es duro, más si cabe en momentos donde es muy usual tratar a los propios toreros como mercancía.
Un intercambio que no ayuda para nada, sino todo lo contrario, colocando en carteles a toreros que en muchos casos no hicieron méritos suficientes para estar anunciados en ellos. Atrás quedan esos tiempos donde los apoderados independientes eran respetados, siendo capaces de sacar de la nada a toreros que luego serían figuras, algo que desde hace años es algo más que una utopía, más si cabe viendo el camino por donde va la tauromaquia.
Pero en esto también tienen culpa los propios toreros, esos que con los años se fueron alejando, por comodidad, de esos apoderados independientes para echarse en manos de las casas empresariales, esas de las que muchos salieron trasquilados. Aquí el mayor problema son esas empresas que abarcan las tres patas del banco: Ganaderos, empresarios y apoderados, algo que deja un margen de maniobra escaso para que aquellos que apuestan por un torero puedan ocupar el puesto que se merecen.
El problema de tener todas las cartas de la baraja deriva en carteles monótonos donde en muchas ocasiones todo queda en casa anunciando a toreros y ganadería de un empresario en la plaza que gestiona, no dejando hueco a determinados diestros que necesitan torear con regularidad para tener opciones a entrar en las ferias. Esos espadas que no pierden la ilusión por cambiar la moneda, saliéndole esta demasiado cara en determinados momentos.
Por eso hay que aplaudir a espadas que eligieron la independencia antes que ser partícipes de esa subasta de las grandes casas empresariales. Un sector que parece no tener nadie al mando, ese que siempre ha sido cortoplacista, ese que nunca miró al medio plazo a la hora de apostar decididamente por un torero. Ya no hay paciencia, pero tampoco memoria para ciertos espadas a los que se le ponen determinados clichés para tener una justificación a la hora de no darles cancha.
Corren malos tiempos para esos jóvenes que ven como pese a los triunfos no les abren las puertas que se han ganado con su espada y su muleta. Toreros que se ven abocados a unirse a una casa fuerte para, al menos, garantizarse una oportunidad en las propias plazas que gestionan ellos, dejándole las migajas que sobran tras repartir los mínimos y llevarse estos las comisiones. Por eso es de valorar aquellos toreros que, aun sabiendo las penurias que vana a pasar, confían ciegamente en sus posibilidades, aunque el camino parezca oscuro y tenebroso.
Por eso hay que aplaudir a esos últimos románticos, esos taurinos que siguen siendo fieles a una forma de entender el toreo, esa nueva Galia que sobrevive ante el ataque de las tropas romanas, esas que poco a poco van conquistando el terreno que hasta no hace mucho era propiedad de apoderados que se partieron la cara por sus toreros. Unos hombres que hoy en día están en peligro de extinción por la presión de un sector que tiene controlado los hilos de este para evitar que cualquiera que destaque tome un camino diferente al orquestado por ellos.
Muchos toreros se han dado cuenta que ese camino no era el correcto, desandando éste para echarse en manos de hombres, que no taurinos, que han sabido sacarle todo su potencial. Apoderados que le han aportado aquello que les faltaba, buscando volver a unos orígenes donde el toreo era más salvaje y menos mecánico. Por todo ello, todos los que componemos este sector debemos ser conscientes que el toreo debe abriese a nuevos horizontes, pese a que ello exija a los que se ponen delante, dejar la comodidad que da el estar amparado por una casa importante que les garantiza una serie de contratos desde principio de temporada.
José Luis Segura, El Tato, Marcos Sánchez-Mejías, Juan Diego -en la actualidad con Paco Ureña-, el caso de un titán como Roberto Domínguez al lado de Andrés Roca Rey, el mismo Joselito cuando estaba junto a Alejandro Talavante -amén del recordado Joaquín Ramos-, Antonio Tejero y su singular batalla junto a David Mora o Alberto Lamelas o el caso de Julián Guerra, que ha demostrado con diestros como Fortes, Abellán, López Simón, Pepe Moral, Juan Leal o ahora Borja Jiménez que es capaz de sacar a toreros del ostracismo para que crucen lo eterno. En números y en rito.
Poco a poco debemos ir sumando adeptos a esa Galia que paulatinamente ve cómo su territorio cada vez mengua más sin que nadie le ponga solución o les ayude para evitar una desaparición que sería fatal. La tauromaquia hace tiempo que se dejó demasiadas cosas por el camino, de perder este último reducto todo quedaría en manos de un mercadeo que no le hace nada bien a la fiesta, el cual, salvo raras excepciones, sigue apolillando a un sector que hace demasiado tiempo al que no le da el aire.