Cuando uno lee los nombres de Diego Urdiales y Pablo Aguado y se ve obligado a elegir a uno para poner el Domingo de Resurrección en Sevilla, se ve ante una buena papeleta. ¿A quién quieres más, niño, a Papá o a Mamá…? Y en ese momento a uno le dan ganas de ingresar en el hospicio para librarse del trance.
Pero, puestos a valorar los méritos de uno y de otro para entrar en el cartel –en el que no sobraría ninguno de los dos-, vamos a confeccionar sus respectivas candidaturas para estar en el Baratillo la tarde más codiciada por todo aquel que se viste de torero o cría toros para este rito. Por orden de antigüedad, para no pecar de sectario en el planteamiento, que no es esa mi intención.
Diego Urdiales: de olvidado de La Maestranza a conquistar su corazón
Suena raro que un tío de Arnedo, bajito, serio y castellano en formas y fondo se haya convertido en un puntal para Sevilla. Y es precisamente por eso por lo que tiene más mérito su candidatura, que hubiera sido impensable hace sólo tres años. El suyo es el triunfo de fe, de la confianza, del trabajo y de la convicción, y su estatus actual le debe gran parte del desahogo a haber sabido decir que no. Incluso suponiendo esa negativa no abandonar el andamio a donde se subía para pintar paredes. Diego sabía que eso era mucho más digno que tragar. Y el tiempo le ha dado la razón.
Hace tres años no hubiera tenido la rotundidad de hoy, después de una oncontestable Puerta Grande de Madrid, pero sobre todo después de la tarde que dejó en Sevilla la pasada Feria de San Miguel. La Maestranza había decidido verlo con otros ojos desde que lo hizo el Faraón y les descubrió el secreto: en el toreo no importa tanto lo que se hace, sino cómo se hace. Como sabía muy bien otro castellano adoptado, que atendía al nombre de Santiago Martín El Viti y que vio cómo le ovacionaban cada uno de los seis pinchazos que dejó recibiendo después de cuajar a aquel célebre Pitito de Samuel Flores. Así es Sevilla. Y por eso Diego es bienvenido.
Actuaciones como la de Urdiales, que le paseó las dos orejas a ese cuarto de la tarde, de Domingo Hernández, después de firmar una de las faenas de la temporada aquel 2 de octubre, en el que se postuló como aspirante a entrar en el cartel que todo el toreo apetece. Ese que no es excluyente hacia otro torero, sino complementario, porque lo bueno nunca está de más.
Pablo Aguado: el heredero del Rey al que le falta el Domingo de Resurrección
Hablemos ahora de Aguado, ojito derecho de una afición que lo ve como uno de los pilares donde debe sustentarse la Sevilla del hoy y del mañana. Un torero que consiguió arrebatar a una Sevilla que muchas veces pide más de boquilla que de corazón a sus paisanos. Muchas veces se dice que uno no es profeta en su tierra, que cuesta un mundo abrirse paso entre los paisanos. Muchos toreros que prendieron la mecha allá como novilleros sin caballos poco a poco han ido perdiendo ese cierto crédito que se ganaron ya desde muy jóvenes. Sevilla pesa, cómo no. Una plaza que aunque ahora la tachen de poco exigente sabe lo que quiere y cómo lo quiere. Y eso es lo que le da un Pablo Aguado que busca el toreo por la vía del temple, de la caricia, del crujido seco que da el toreo reposado.
Un torero que parece flotar, es todo cadencia, armonía, sutilidad. Bebe de unas fuentes tan puras como cristalinas. Un toreo que, pese a tener un concepto definido, andaba sin encontrarse del todo en sus primeros años. Era una época en la que, si no embestían los animales, había que arrear. Pero con el tiempo se dio cuenta de que su toreo, su filosofía de vida era otra. La raza o el pundonor estaban muy bien, pero el sentía que eso era serle infiel a su sentir como artista, como torero. En su interior se fraguaba otra cosa, algo distinto a lo ofrecido hasta ahora, pese a que durante su corta trayectoria ya había dejado a más de uno con la boca abierta.
La espada le privó de ese triunfo tan necesario para el que empieza en sus dos primeras comparecencias como matador de toros en Sevilla. Tanto el día de su alternativa con la corrida de Garcigrande como al año siguiente con la de Torrestrella la espada le privó de tocar el cielo con las manos. Pero las cosas pasan por algo, pese a vérsele cosas muy interesantes no estaba redondo, cuajado, macerado. Esa redondez llegó en 2019 con aquella tarde ante los toros de Jandilla. Ahí, como en Valencia; salvando las distancias, mes y medio antes, sacó su verdadera personalidad, esa que dejó a Sevilla obnubilada, esa que llevaban anhelando desde hace muchos años. Aguado entró en Sevilla y en el alma de todo aquel que se siente aficionado. Sevilla estaba rendida a sus pies.
La mecha del toreo acaba de encenderse
Por eso hay que recordar que los dos toreros expuestos en esta columna tienen sobrados motivos para estar anunciados en un cartel de tanto fuste. Bien es cierto que tras el zambombazo de 2019 Aguado merece estar en el cartel de mayor boato de la temporada. Por suerte hay una amalgama de nombres que podrían completar el cartel sin perder un ápice su sentido. Urdiales está postulado para meterse de lleno en el cartel, pero hay más nombres sobre la mesa y no caben todos. Ramón Valencia tiene en su mano conformar un cartel de auténtico lujo, tiene una papeleta importante al existir varios nombres de sobrada y contrastada solvencia sobre la mesa. Sevilla empieza a oler a toros, los corrillos de aficionados se arremolinan para hablar de tal o cual torero. La mecha del toreo acaba de encenderse, la tauromaquia está más viva que nunca.