CAMPO BRAVO

La paradisíaca finca en la que el hijo de Samuel Flores ha ‘montado’ una ganadería: comanda en solitario Castillo de Montizón


jueves 23 noviembre, 2023

Se trata de una vacada comandada por Samuel Flores hijo que ha encontrado cobijo junto al Castillo de Montizón, emblema de la casa que data del Siglo XIII.

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Uno de los astados de Castillo de Montizón. © Pablo Ramos

En el término municipal de Villamanrique (Ciudad Real) se encuentra la ganadería de Castillo de Montizón, uno de los tres hierros que posee la familia Flores junto al de Samuel Flores y Manuela Agustina López Flores, todos con la misma procedencia. En estos pagos, Carlos Flores, el tercer hijo de ganadero albaceteño comanda en solitario un proyecto ilusionante donde poco a poco va dándole su sello a esta ganadería tan particular.

Con los años ya se puede considerar como un encaste propio aquel que durante tantos lustros moldeó a su gusto uno de los ganaderos más importantes del campo bravo español. Una ganadería asentada en un enclave único, encontrándose sus animales junto a una joya arquitectónica de incalculable valor, un castillo que data del siglo XIII y el cual fue erigido para apoyar la posesión cristiana del de Eznavexore, la fortaleza más antigua del campo de Montiel, de la que hoy únicamente quedan restos, los cuales son propiedad de la familia desde hace más de 2050 años

Castillo de Montizón y su historia

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Vaca del hierro de Castillo de Montizón. © Pablo Ramos

Los orígenes de esta ganadería se remontan a 1850, año en que Don Ángel Gómez-Rengel y Rodríguez de Vera, casado con Doña Consuelo Flores y Flores, compra un lote de vacas bravías. Desde un inicio, su cuñado Don Samuel Flores y Flores le prestó sistemáticamente año tras año sementales de Parladé, procedentes de la ganadería que entonces se anunciaba como Samuel Hermanos. Al fallecimiento de Don Ángel en 1968 la ganadería fue adquirida a los herederos de éste por Agropecuaria Andaluza, SA. Propiedad de la familia Flores.

Una venta que también trajo consigo un cambio en el nombre y del hierro de la vacada, pasando a anunciarse como Castillo de Montizón , cambiando el citado hierro de Ángel Gómez-Rengel por el que se utiliza actualmente. Tras varios años asentada la ganadería en La Marañosa, la vacada cambió de ubicación, trasladandose definitivamente a la finca del Castillo de Montizón. Una ganadería que han seguido utilizando sementales del hierro de Don Samuel Flores para cubrir las vacas, siendo prácticamente una vacada similar a la que pasta en «El Palomar», inscribiéndose en 1969 en la Asociación de Ganaderías de Lidia.

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El castillo de Montizón. © Pablo Ramos

Así pues, después de más de 80 años utilizando estos sementales, se puede decir que la ganadería es encaste puro Samuel Flores por absorción, aunque con unas particularidades que lo hacen distinto al de Samuel Flores y Agustina López Flores, los dos hierros que pastan hoy en día en la finca El Palomar. Con los años y viendo la importancia que iba toando este proyecto ganadero, Samuel decidió que cada uno de los tres hierros de la casa iba a ir a parar a uno de sus hijos.

Una vacada que encontró cobijo junto al Castillo de Montizón, emblema de la casa que data del Siglo XIII, el cual es propiedad de la familia desde 1769, uno de los lugares más singulares de la provincia, el cual da nombre a una ganadería que poco a poco va metiendo la cabeza en una serie de plazas donde los resultados obtenidos invitan al optimismo. El camino es largo, y por el momento los aldabonazos se vienen dando en cosos menores a la espera de poder anunciarse en ruedos con mayor repercusión.

Un proyecto ganadero donde la agricultura y la cacería también van de la mano para conseguir que la ganadería tenga apoyos que la sustenten. Diversificar la explotación en busca de rentabilidad se antoja básico para no tener que sacar de la hucha el dinero necesario para cubrir las posibles pérdidas que de la ganadería. La rentabilidad de toda la explotación es un objetivo marcado a fuego, siendo estos los tres pilares de un proyecto que mira al futuro con optimismo.

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Vaca y becerro de la ganadería. © Pablo Ramos