Si hay un hombre fundamental en la carrera de José Tomás ese es Antonio Corbacho, un taurino de los de antes, un personaje en el más amplio sentido de la palabra, que tras estar diez años como matador de toros decidió cambiar el oro por la plata y sumarse a las órdenes de toreros como Roberto Domínguez, David Luguillano o Sergio Sánchez. Nacido en Madrid el 18 de septiembre de 1951, su vocación siempre fue la taurina. Su forma de entender el toreo diferí mucho de las de sus compañeros, porque él veía más allá del propio toreo: tenía una filosofía que con el tiempo se convertiría en su mejor arma.
Un hombre que veía la vida y al toro desde otra perspectiva, desde un prisma diferente. Por su amistad con Victorino Martín hijo, Corbacho comenzó a preparar taurinamente a un becerrista de Galapagar que era pariente del ganadero y que años después acabaría convirtiéndose en la primera figura de los últimos años, estamos hablando de José Tomás.
Anduvo junto al torero madrileño hasta su fiscalización de apoderamiento con Emilio Miranda y Santiago López en el otoño de 1998, ahí Corbacho se desvincularía de la carrera de José Tomás, aunque siguieron manteniendo una estrecha relación hasta el fallecimiento de este en junio de 2013. Corbacho siempre fue el hombre de confianza de José Tomás, una persona clave en su evolución como torero, el cual le acompañó desde que comenzó a dar sus primeros pasos en la profesión hasta que se asentó como máxima figura del toreo
Antonio más que un apoderado fue un consejero, un amigo, alguien que caló profundamente en la forma de ser del madrileño, un hombre indispensable en el equipo de José Tomás. Desde la época de becerrista fue inculcado una forma de ser dentro y fuera de la plaza. Se fueron juntos a México, tierra en la que José Tomás es un ídolo, allí tomó la alternativa y desarrolló gran parte de su carrera.
Corbacho siempre fue un hombre especial, distinto, recto en los entrenamientos, pero flexible en otros aspectos. Antonio quedó muy influenciado por el método de los guerreros orientales, los samuráis, y eso marcó el entrenamiento con los toreros a los que apoderó. Toreros como José Tomás, Victor Puerto, Alejandro Talavante, Arturo Macías o Sebastián Ritter, entre otros, han pasado por sus manos, han vivido su filosofía desde el principio, se amoldaron a aquello que les pedía el madrileño, un hombre que consiguió poner en lo más alto tanto al madrileño como al extremeño, dos toreros marcados por México y por Corbacho.
Corbacho siempre fue uno de esos hombres con agallas, sin pelos en la lengua, fiel a sus amigos, defensor acérrimo de sus poderdantes. Existe una anécdota que definía a la perfección su profesionalidad que contó Zabala de la Serna en el periodo El Mundo con motivo de su muerte en 2013. Data de su último San Isidro, momento en el que apoderaba al colombiano Sebastián Ritter. Pese a estar muy avanzada su enfermedad, éste no quiso presentar parte facultativo y decidió estar presente en el callejón de Las Ventas.
Esa tarde, Corbacho se arrancó en bravo en la Monumental de las Ventas, como cuenta Anya Bartels: «Su último faenón verbal en una plaza de toros figuraba en una autentica explosión por su parte durante San Isidro 2013. Corbacho ya muy marcado y debilitado por su enfermedad y aguantando su situación física limitada, como un torerazo con tres cornadas puestas cruzando la plaza entera de Las Ventas a pie, sentado en el callejón en burladero debajo del 9, muy frágil pero muy presente. Y de pronto se levantó como un huracán rabioso, con unas fuerzas descomunales, no se sabe de dónde sacadas, para «preguntar», en voz tan alta que se habrá escuchado hasta la Cibeles, durante un lío en la suerte de varas, a otro apoderado a ver si ese por una puta vez haga el favor de querer enterarse donde hay que picar este toro, «¡¡En el CINCO!! COÑO…!!!» Acto seguido, se volvió a sentar, me pidió un caramelo, y murmuraba: «De verdad, un coñazo. Y lo que tarda este en comprender… ¡¡joder!!».
Talavante hablaba de Corbacho siempre de una forma especial: «Antonio era una persona que ya me llamó la atención siendo niño. Me entró en la cabeza que él tendría que dirigir mi carrera. Sentía que conocía secretos que nadie más tenía en ese momento. Su figura es incomparable con el resto de apoderados que he tenido», un hombre que ha dejado huella tanto en Alejandro como en José Tomás, otro de los toreros que más apreció en lo personal y que más aprendió del torero madrileño.