INFORME

Cuando el toro quiso embestir


miércoles 2 julio, 2025

Cinco animales de excepcionales condiciones pusieron el techo a la bravura de la primera feria del mundo y en la plaza más exigente

Brigadier De Pedraza De Yeltes
El toro 'Brigadier', de Pedraza de Yeltes, premiado con la vuelta al ruedo en Madrid © Luis Sánchez Olmedo

Madrid es una ciudad que ya no se asusta fácil. Ha visto morir héroes en la arena y ha enterrado a sus propios mitos en tardes frías, sin una lágrima. Madrid exige, Madrid espera. Madrid, en el fondo, solo quiere un toro que la despierte del tedio. Y este San Isidro, por fin, el toro quiso embestir.

Porque antes de cada lance, antes del rugido seco del público, hay un milagro que sucede lejos, entre encinas y agua estancada. Ahí, en el campo, se cuecen estos toros con silencios largos, con manos sabias, con miedos antiguos que nadie se atreve a confesar. Y con una alquimia incomprensible que hace que un toro tan grande embista tanto y tan bien. Aquí van los cinco toros que elevaron a los cielos el vigésimoquinto San Isidro del siglo XXI.

Frenoso: el toro con ritmo de leyenda

Frenoso De Victoriano Del Río
Fernando Adrián con Frenoso, de Victoriano del Río © Luis Sánchez Olmedo

Frenoso, de Victoriano del Río, tuvo algo que trasciende el cuerno, el morrillo o el remate. Fue un toro que galopaba con la cabeza atada a un hilo invisible que tiraba siempre hacia el albero. Iba con la cara humillada desde el primer muletazo, metiendo los riñones como queriendo atravesar la franela y salir por el otro lado.

Cuando Fernando Adrián lo llevó a los medios, toreándolo largo, la plaza entera se sintió torero. Porque Frenoso embestía por abajo, se quedaba colocado, pedía otro pase, y cuando Adrián lo ligaba, la faena se hacía eterna, de esas que parecen no terminar nunca. Y cuando terminó, quedó la certeza: si la espada hubiera viajado recta, Madrid habría roto las costuras de tanto aplaudir.

Detrás, el mayoral lo miraba con ojos de padre orgulloso. Sabía que esos toros salen cada diez años, si la suerte quiere.

Brigadier: el toro que quiso morir de bravo

Vuelta Al Ruedo De Brigadier
Vuelta al ruedo para Brigadier, de Pedraza de Yeltes © Luis Sánchez Olmedo

Brigadier, de Pedraza de Yeltes, era un tío. Un toro serio, hondo, con el cuello largo y el pitón puesto en el suelo desde que salió. Acudió tres veces al caballo con ese galope que huele a casta, empujó sin protestar, metió los riñones y pidió más. Y después, en la muleta, no se cansó nunca.

Isaac Fonseca, que anda con el hambre en los ojos, le presentó la franela con toda su entrega y Brigadier se tragó cada muletazo como si el final del pase fuera su propio fin del mundo. Fue el único al que Madrid quiso premiar con pañuelo azul, y la vuelta al ruedo del toro se hizo con ese murmullo solemne que tienen los tendidos cuando reconocen que están ante algo irrepetible.

Al mirar a toriles, el mayoral no podía disimular el nudo en la garganta. Porque cada vuelta al ruedo es media vida confirmada.

Amargado: el toro que se creció ante la exigencia

Amargado De Fuente Ymbro
Extraordinario remate de Perera a Amargado, de Fuente Ymbro © Luis Sánchez Olmedo

No todos los días Fuente Ymbro tiene la suerte de sacar un toro como Amargado, lidiado por Perera. Un animal que empezó con ritmo, que se empleó en el caballo, pero que sobre todo mostró algo que enamora Madrid: se fue creciendo.

Cuando el toro se crece, cuando cada pase lo templa más y lo hace mejor, el público lo detecta al instante. Perera lo toreó con firmeza, le enseñó a repetir, y el toro respondió abriéndose en los muletazos finales, persiguiendo la tela con ese galope alegre que hace latir la plaza. Al final, faltó la espada, esa espada que tantas veces decide el tamaño de la gloria. Pero nadie se olvidó de Amargado ni del galope con el que volvió a los corrales.

Alabardero: la clase hecha toro

Alabardero De Victoriano Del Río
Notable natural de Tomás Rufo a Alabardero, de Victoriano del Río © Luis Sánchez Olmedo

Y luego estuvo Alabardero, otro Victoriano del Río. No tuvo la fuerza bruta ni la codicia loca de otros, pero fue un toro con una clase que rozó lo celestial. Cada embestida suya parecía dibujada con compás, metiendo la cara con franqueza, saliendo del pase con el pitón buscando la arena.

Tomás Rufo lo entendió desde el principio, le corrió la mano despacio, saboreando cada viaje, y Madrid acompañó cada serie con un ¡olé! lento, de esos que tienen peso y verdad. Fue el toro que se fue sin Puerta Grande por culpa de la espada, pero que dejó claro que la bravura no siempre es violenta, a veces se presenta como una caricia interminable.

Comisario: el toro que se olvidó de mirar

Comisario De Fuente Ymbro
Derechazo de Román a Comisario, de Victoriano del Río © Luis Sánchez Olmedo

Y entonces llegó el 25 de mayo, con ese Fuente Ymbro que le tocó a Román casi por azar. ‘Comisario’ no era el más armónico ni el que más prometía en el apartado. Pero cuando salió por toriles, se olvidó de mirar, que es lo que hacen los bravos de verdad: no tantean, no calculan, se lanzan.

Tomó los primeros capotazos con la fuerza bruta del toro que aún no se ha dado cuenta de que hay límites, y en el caballo empujó con fijeza, peleando sin rajarse ni un segundo. Luego, en la muleta, Román le bajó la mano y el toro tragó, una y otra vez, con la cara por las pezuñas, descolgado, como si el suelo le tirase de la testuz.

Hubo muletazos tan largos que Madrid se quedó sin aire. Fue un toro que no se reservó nada, que puso toda su vida en cada embestida. Y eso, en Las Ventas, vale un monumento.

Al final, lo mismo de siempre: el toro

Así que sí, este San Isidro fue del toro. De estos cinco toros que pusieron a la afición en pie, que recordaron por qué merece la pena llenar Las Ventas un día cualquiera, que devolvieron a muchos la fe perdida.

Detrás están los hombres del campo, los mayorales, los vaqueros, los ganaderos que envejecen esperando un toro así. Están los que cierran la puerta del camión con un suspiro y los que le susurran bajito en el corral para calmar su bravura. Ellos son los que hacen posible que el toro salga. Y si el toro sale con esta verdad, la fiesta entera respira.

Porque al final, el toreo siempre dependerá del toro. Y cuando embiste como este San Isidro, hasta Madrid se olvida de protestar.