Siento tristeza cuando leo algunas de las cosas que los medios de comunicación están reproduciendo de distintos pasajes del libro que ha escrito Miguel Bosé titulado El hijo del Capitán Trueno. Y siento también pena cuando veo y oigo al propio Miguel Bosé en la presentación de este libro autobiográfico, relatar algunos episodios duros de su infancia y adolescencia, relacionados con su convivencia con sus padres.
Miguel es hijo de Luis Miguel Dominguin y sobre él pesan parte de los reproches que Miguel le hace por su trato severo, a veces cruel y siempre exigente. Como biógrafo de Luis Miguel Dominguín, puedo relatar que durante el año entero –entre 1994 y 1995- que compartí con Luis Miguel, en su finca La Virgen, siempre me habló con orgullo de su hijo Miguel, de su carrera artística y me confirmó que su hijo había llegado a ser un ídolo de la música sin haberle pedido nada.
Por ello deduje-creo que con razón- que ambos habían superado esa siempre difícil etapa de las relaciones entre padres e hijos y en este caso, entre un padre torero, hijo de un clan muy respetable del toreo, forjado en la dureza de los campos toledanos, por un titán que fue Domingo Dominguín, y que tuvo sus predecesores en sus hermanos Domingo y Pepe. Luis Miguel heredó el cetro de su padre en el sostenimiento de una familia que finalmente acabó dependiendo de él en su casi totalidad y aunque no es lógico si pudo ser entendible que quisiera que su hijo, único varón, gustara de los placeres que el había disfrutado y disfrutaba de la vida, y entre ellas de la vida en el campo, el toreo como expresión artística, la caza, y el gusto por la seducción femenina. Pero Miguel, sin duda influido por su madre, y por la traumática separación de sus padres, defraudó sus ilusiones.
Pero hay dos imágenes de Miguel en los ruedos, y quiero recuperarlas hoy en esta semblanza; una que recuerdo muy bien es la de la última corrida de la temporada 1973 en Barcelona, que creo es la última de la vida taurina de Luis Miguel en España, en la que se le ve entre barreras con su primo Peloncho, -hijo de Pepe Dominguín- días antes de que, como él mismo relata en su autobiografía, se embarcara en el barco de uno de los muchos misteriosos personajes que Luis Miguel frecuentó en vida, el multimillonario Ricardo Sicre y que con él navegaran por el Mediterráneo hasta Cadaqués, donde les esperaba Salvador Dalí y donde el propio Miguel ha revelado que con la complicidad de su padre y del propio Dalí, la musa del pintor, la ambigua Amanda Lear, le instruyó en las artes amatorias.
Y la otra imagen que recuerdo muy nítidamente es la de Miguel Bosé, en un callejón de la Plaza México acompañado de los cantantes Joaquin Sabina y Joan Manuel Serrat y del empresario Rafael Herrerías viendo actuar al gran José Tomás, al que se ve en primer plano dando un soberano pase de pecho.
Y siempre me ha parecido magnífico el gesto de Miguel Bosé, al que se aprecia sonriendo de felicidad, y quien acredita además con el brazo derecho extendido y como acompañando el muletazo de Tomás, que en su ADN hay briznas del de su padre, el que fuera gran torero y gran personaje de la historia del siglo XX y quien llevó –como ha hecho su hijo Miguel durante tantos años- el nombre de una dinastía y una actitud artística que ha seducido a millones de personas de España, Francia, y de la América hispana.
Por Carlos Abella, autor de la biografía de Luis Miguel Dominguin.